Matar no entra dentro del concepto de decisión sobre la maternidad
La Gaceta
La respuesta del Gobierno al éxito de la masiva manifestación del pasado sábado día 17 en favor de la vida ha sido tan decepcionante como previsible. Y quizá también letal para sus intereses. Pero no existía ningún indicio que permitiera atisbar arrepentimiento o capacidad de rectificación.
Tiene razón Jaime Mayor Oreja cuando afirma que la nueva regulación del aborto es el buque insignia de la actual legislatura. Rectificar sería tanto como actuar contra sí mismo (aparte de que rectificar sea de sabios). Mientras el Gobierno persiste en su inmenso error, la oposición promete reformarlo si llega al poder.
No es extraño que los defensores de la reforma socialista se resistan a la contemplación de las imágenes de la barbarie que pretenden, no ya tolerar, sino convertir en derecho: derecho a matar. Creo que ha sido Leire Pajín quien ha defendido la legalización de la matanza, reprochando a los opositores el que desean meter en la cárcel a las mujeres que pretenden decidir sobre su maternidad.
Casi me resisto a comentar algo que añade horror dialéctico al moral. Una vez producida la concepción, ya no hay nada que decidir sobre la vida o la muerte del hijo. Ya está vivo. La maternidad no tiene freno y marcha atrás. Matar no entra dentro del concepto de decisión sobre la maternidad.
Mi aversión contra la palabrería usual sobre los valores crece. Muchos toman su nombre en vano, ignorando todo lo que la filosofía del último siglo ha reflexionado sobre ellos.
Pero aceptemos que se trata de un asunto de valores. La eliminación de una vida humana, aunque no disfrute ni padezca, aunque no sea consciente, aunque se intente hacer invisible su realidad, nunca puede ser valiosa.
No asistimos a un conflicto entre valores alternativos, sino a un combate entre el valor de la vida y el contravalor de su destrucción. El Gobierno hace tiempo que ha emprendido el camino de la bancarrota moral. La bancarrota política llegará después, y quizá no tarde mucho.