La antropología ha entrado de lleno en la cuestión social
Levante-Emv
Todos deseamos cambiar el mundo, aunque de muy diversas maneras según las distintas sensibilidades. Igualmente, serían variados los móviles para esos afanes transformadores. Pueden ser ideales políticos, religiosos, económicos, artísticos, sociales, etc. Cabría el incentivo crematístico, el afán de poder, la vanidad.
A menudo surge la pregunta moral relacionada con el párrafo anterior: ¿recibimos aportes positivos para nuestra mejoría con las intervenciones de los que se dedican a la cosa pública? Me temo que pocos, salvo dignas excepciones. Con harta frecuencia, la política se relaciona más con la vacuidad que con el servicio.
Además, da la impresión de que la «funesta manía de pensar» sigue lejos de nosotros. Gracián afirmaba que hay mucho que saber, y es poco el vivir; y no se vive si no se sabe. Las razones pobres, el argumento-insulto, los silogismos de culebrón o de sobresalto, no son sabiduría.
No escribiré de política, sino de cambiar el mundo. Y no bastan los sistemas; es necesario que mejoremos las personas. Tolstoi dijo: es más fácil hacer leyes que gobernar. Y Montesquieu veía la virtud como principio del gobierno democrático. Adquirir virtudes es emprender el camino del progreso personal. Un católico posee la fuerza más grande para renovarse: la Eucaristía.
En una homilía de Benedicto XVI, recordando las palabras de Cristo esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros; este es el cáliz de mi Sangre, se pregunta: ¿Qué está sucediendo? ¿Cómo Jesús puede repartir su Cuerpo y su Sangre? Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, anticipa sacramentalmente su muerte, la acepta en lo más íntimo y la transforma en una acción de amor, cambia la violencia brutal de la Pasión en un ejercicio de amor.
Éste es el acto central de transformación capaz de renovarnos y renovar verdaderamente el mundo: la violencia se convierte en amor, la muerte, en vida. ¡Si fuéramos más conscientes de que cada Misa actualiza ese misterio! ¡Si nos enroláramos sinceramente en esa cadena de cambios!
No puedo pedirlo a los políticos, pero sí afirmo que sólo la entrega vencedora del mal suscita la serie de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo. Otra mudanza es superficial y no salva. Toda reforma desligada de Dios y su obra redentora está destinada al fracaso.
Es cierto que, desde el punto de vista de la gestión política, hay variados modos de resolver, grandes espacios para la libertad; pero es más cierto que una sociedad sin Dios no va bien, mata la libertad. Sin Dios, es más fácil la libertad de errar. ¿Quiero decir que al no creyente se le hace imposible participar en la recta configuración de la sociedad? No, claro que ha de participar, pero no es buen camino suprimir a Dios: es la vía directa para colocarse en su lugar, ruta segura hacia el autoritarismo.
Es más posible el avance de la sociedad si optamos por lo que la última encíclica de Benedicto XVI sostiene: «la sociedad tiene necesidad de verdad y amor» y «el cristianismo es la religión de la Verdad y del Amor», por este motivo «la mayor ayuda que la Iglesia puede dar al desarrollo es el anuncio de Cristo», mostrado y vivido en la Eucaristía. La antropología ha entrado de lleno en la cuestión social.