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El interminable debate que vivimos acerca de las causas y posibles soluciones de la crisis financiera internacional va más allá de la confrontación de teorías políticas y modelos económicos. Los escandalosos casos de enriquecimiento fraudulento protagonizados por conocidos personajes de la banca y las finanzas, el inexplicable fracaso de los mecanismos y órganos de fiscalización de los mercados, el auge de los movimientos populistas nacidos a la sombra de las desigualdades sociales y las dramáticas consecuencias del desempleo y la pobreza, han acabado convenciendo a líderes mundiales y analistas de la necesidad de introducir profundos cambios en el sistema del capitalismo global.
En las complejas negociaciones que se iniciaron con carácter multilateral (a nivel de la OCDE o de la UE) y que han continuado a escala mundial (rondas del G-8 y del G-20), los países en vías de desarrollo y las llamadas economías emergentes parecen haber tomado la iniciativa ante la sonrojante falta de ideas de EEUU y los países europeos. Estos últimos, en efecto, aparte de una decidida apuesta por las energías renovables y por mejorar las instituciones financieras poco están aportando en uno de los momentos más críticos y decisivos de este principio de siglo. Por el contrario, países como India y Brasil (digna ganadora de los Juegos Olímpicos de 2016), Rusia o China, que se configuran como los grandes mercados de las próximas décadas, ya proponen modelos alternativos basados en criterios sumamente dispares, como los programas sociales del presidente Lula da Silva o el modelo de productividad chino.
Entre los truenos que ha desatado esta violenta tormenta económica, pocos especialistas han reparado en una de las aportaciones que, a mi modesto entender, mejor comprende y analiza el fenómeno en cuestión. Libre de la ceguera ideológica de muchos políticos y del sentimiento de culpabilidad de numerosos responsables económicos, el Papa Benedicto XVI publicaba en el mes de julio su tercera Encíclica Caritas in Veritate (la caridad en la verdad) que constituye una excelente continuación y actualización de la trascendental Populorum Progressio de Pablo VI y, al mismo tiempo, una valiente toma de posición de la Iglesia Católica ante los retos del mundo de hoy.
La defensa de la dignidad humana, la vida, la paz y la solidaridad como ejes que han de articular cualquier cambio en las políticas sociales y económicas no es algo nuevo en la extraordinaria obra y personalidad de Joseph Ratzinger.
El que considero, sin duda, uno de los mejores filósofos y teólogos de nuestra era ya tuvo ocasión de abordar con profundidad algunos de los problemas que afligen a la sociedad actual en su etapa como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, desde donde condenó igualmente tanto las manifestaciones más radicales de la Teología de la Liberación, influida por un marxismo caduco y deshumanizador, como determinadas políticas conservadoras y liberales, en coherencia con su concepción de un cristianismo que va más allá de cualquier estructura política o social, sobre todo cuando implican dominación y opresión para los pueblos.
Para Ratzinger, el cristiano vive hoy en una era neopagana, caracterizada por la idolatría del dinero, el prestigio, el placer y el poder. Por ello la persona está cada vez más aislada y desorientada y la sociedad desprovista de valores humanos fundamentales. Ante ello, el cristiano ha de ser el que transmita la liberación del que vive el Perdón y la promesa de la Vida Eterna para todos los hombres. Sólo desde estas premisas se puede recobrar y defender un sentido pleno de la dignidad humana.
La preocupación y el compromiso de Benedicto XVI ante el devenir de la crisis internacional tuvieron su primera expresión en la inauguración del Sínodo Mundial de Obispos en el Vaticano, en octubre del pasado año. Por aquel entonces, el Papa afirmó que la grave crisis financiera demuestra que "solo la palabra de Dios es la única realidad duradera" y que la vida y la sociedad deben ser construidas con valores más importantes que el dinero. "Vemos con el derrumbe de los grandes bancos que el dinero simplemente desaparece, que no significa nada y que todas las cosas que nos parecen tan importantes en realidad son secundarias".
Mientras en Occidente se extendía rápidamente un clima de miedo por la caída generalizada de los mercados financieros, Benedicto XVI recordó que "quien construye la casa de su propia vida solo en base a las cosas materiales visibles, como el éxito, la carrera y el dinero, construye sobre la arena" y que hay que cambiar la propia idea de materia, dejar atrás "la identificación de las realidades tangibles como las más sólidas" y considerar a la "palabra de Dios como fundamento de todo, la verdadera realidad".
Poco después, en el mensaje escrito con motivo de la Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2009) que llevaba por lema "Combatir la pobreza, construir la paz", el Papa hizo un análisis del papel de los agentes financieros en el actual panorama económico, marcado por una crisis económica global sin precedentes.
Tras criticar duramente el ánimo de lucro desmedido de muchos operadores financieros, Benedicto XVI afirmó que "la función objetivamente más importante de las finanzas es sostener a largo plazo la posibilidad de inversiones y, por tanto, el desarrollo, se manifiesta hoy muy frágil pues se resiente de los efectos negativos de un sistema de intercambios financieros basado en una lógica a muy corto plazo. Por ello considera que es necesario un "marco jurídico eficaz para la economía" que permita "a la comunidad internacional, y en particular a los países pobres, descubrir y poner en práctica soluciones coordinadas para afrontar dichos problemas".
El Papa exigió también incentivos para crear instituciones eficientes y participativas, así como ayudas para luchar contra la criminalidad y promover una cultura de la legalidad" y alertó ante "las políticas marcadamente asistencialistas" por considerar que es innegable que están en el origen de muchos fracasos en la ayuda a los países pobres. "Desde este punto de vista, no hay que hacerse ilusiones pensando que una política de pura redistribución de la riqueza existente resuelva el problema de manera definitiva. En efecto, señala, "el valor de la riqueza en una economía moderna depende de manera determinante de la capacidad de crear rédito presente y futuro".
En definitiva, SÍ a un sistema justo de mercado y a la lícita búsqueda del beneficio, pero un rotundo NO a la especulación, a la acumulación de riqueza en las minorías y a privar a los países pobres de un modelo que permita su propio desarrollo. Justo la reivindicación que numerosas economías emergentes plantean continua y acertadamente en los foros internacionales.
Por lo demás, las líneas maestras del mensaje social de la Encíclica Caritas in Veritate se dieron a conocer por el Papa en la recepción de embajadores que tuvo lugar en mayo del presente año. Para Benedicto XVI, la crisis requiere una toma de conciencia común para establecer una paz auténtica, para la construcción de un mundo más justo y más próspero para todos, afirmando que la paz sólo puede construirse eliminando con coraje las disparidades generadas por sistemas injustos con el fin de asegurar a todos un nivel de vida que permita una existencia digna y próspera. Estas disparidades se han vuelto más escandalosas aún, debido a la crisis financiera y económica actual que se extiende a través de distintos canales en los países de escasa renta.
El Papa se limitó a mencionar algunos de los fenómenos más preocupantes relacionados con la crisis, como la reducción de las inversiones extranjeras, la caída de la oferta de materias primas, la disminución de ayudas internacionales y la regresión de los envíos de fondos a las familias que permanecen en el país, por parte de los trabajadores emigrados, víctimas de la recesión que aflige también a los países que los acogen. Esta crisis dijo el Papa puede transformarse en una catástrofe humana para los habitantes de numerosos países frágiles. Los que ya vivían en una extrema pobreza son los primeros afectados, ya que son los más vulnerables.
Llamo a un aumento de fraternidad y solidaridad, y a una generosidad global realmente vivida señaló el Pontífice. Esta participación interpela a los países desarrollados a encontrar un sentido de la medida y de la sobriedad en la economía y en el método de vida, receta que numerosos expertos aconsejan ante la demostrada insostenibilidad de nuestro vigente estilo de vida.
La doctrina social de la Iglesia ha sido tachada frecuentemente por profanos e ignorantes como utópica, irreal o retrógrada. Nada más lejos de la verdad. Si en algo se ha caracterizado esta doctrina durante los últimos decenios ha sido, precisamente, por su carácter rabiosamente actual y por su defensa, sin ambages, de los pobres y los oprimidos, cualquiera que fuera el modelo capitalista o socialista causante de las injusticias sociales.
En Caritas in Veritate tenemos una expresión renovada y más firme que nunca del mensaje social de la Iglesia, un mensaje coherente con los difíciles momentos que vive la humanidad, tanto desde la perspectiva material como espiritual, y que aspira a lograr un mundo más humano para todos, un mundo en donde todos tengan que dar y recibir, sin que el progreso de los unos sea un obstáculo para el desarrollo de los otros.
El sector económico dice el Papa no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente. El gran desafío que tenemos, planteado por las dificultades del desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económico-financiera actual, es mostrar, tanto en el orden de las ideas como de los comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma. Una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo.
Respecto a la globalización, tan criticada por los grupos antisistema, no es, a priori, ni buena ni mala, será lo que la gente haga de ella. Debemos ser sus protagonistas, no las víctimas dice el Papa. Este proceso, adecuadamente entendido y gestionado, ofrece la posibilidad de una gran redistribución de la riqueza a escala planetaria como nunca se ha visto antes; pero, si se gestiona mal, puede incrementar la pobreza y la desigualdad, por lo que es necesario corregir sus disfunciones. Los recursos materiales disponibles para sacar a estos pueblos de la miseria son hoy potencialmente mayores que antes, pero se han servido de ellos principalmente los países desarrollados, que han podido aprovechar mejor la liberalización de los movimientos de capitales y de trabajo. Por tanto, la difusión de ámbitos de bienestar en el mundo no debería ser obstaculizada con proyectos egoístas, proteccionistas o dictados por intereses particulares, como los que están imponiendo numerosos gobiernos populistas.
No pretendo, desde luego, hacer una exégesis del magnífico texto de la Encíclica. Recomiendo, por el contrario, la lectura pausada y libre de prejuicios del original.
Sí quisiera, no obstante, llamar la atención sobre su idea fundamental: las grandes amenazas que se ciernen sobre la humanidad en nuestros días tienen siempre su punto de partida en la falta de consideración hacia la dignidad de la persona y sus consecuencias, bien visibles, son el ataque a la propia vida humana (el aborto es el más triste ejemplo), la pobreza, la guerra, el terrorismo y la degradación del medio ambiente.
Benedicto XVI proporciona consistentes principios morales para afrontar estos problemas sociales y económicos, promoviendo una verdadera cultura de la vida y de la paz, la misma que cientos de líderes se afanan en buscar en interminables discusiones técnicas cuando una mente preclara y un corazón inconmensurablemente humano los del Santo Padre ya han puesto a disposición de la humanidad un nuevo e ilusionante camino: el de la verdad y la caridad, la justicia y la fe.
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