Habría sido hermoso verle dialogar con Kafka
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Ni los más optimistas esperaban un éxito semejante. Las cifras y las imágenes así lo avalan, pero sobre todo han llamado la atención la frescura y densidad de los discursos del Papa, la alegría de la comunidad cristiana, la calidad de la escucha, el respeto y la expectativa de una sociedad que se preveía gélida ante la visita.
Ya en el avión que le trasladaba a Praga, Benedicto XVI quiso evocar a dos testigos de la resistencia frente al totalitarismo, el intelectual laico Vaclav Havel y el heroico cardenal Tomásek, haciendo evidente que ambos habían luchado por la verdad y la libertad. El nexo indestructible entre ambas ha sido uno de los ejes vertebradores de todo el viaje.
El Papa ha recordado que la propia experiencia de la dictadura comunista hizo madurar la convicción de que la libertad no puede ser un espacio vacío, sino que está vinculada a la verdad y al bien. Más tarde, ante los representantes del mundo académico, sostendría que "el anhelo de la libertad y de la verdad es parte inalienable de nuestra común humanidad... al que tratan de responder, cada una con su propio método, la fe religiosa y las artes, la filosofía, la teología y las diversas ciencias".
Y ante las autoridades políticas advirtió que "la lucha por la libertad y la búsqueda de la verdad van juntas, mano a mano, o juntas perecen miserablemente". Ante los políticos, los intelectuales y los jóvenes, el Papa ha fustigado sobre todo el corrosivo cinismo que induce a nuestros contemporáneos a desertar de la búsqueda de la verdad.
En un país cuyas estadísticas demuestran el crecimiento vertiginoso de la indiferencia religiosa, Benedicto XVI ha reivindicado el derecho de ciudadanía de una fe que por naturaleza es amiga de la razón. Esa fe que alimentó la resistencia frente a la dictadura, que ha sido el alma de la cultura nacional, y que ahora ofrece su respuesta al deseo de sentido, a la sed de esperanza de una generación desorientada.
Desalojar esa fe del ámbito público fue una pretensión del régimen comunista y puede ser ahora una tentación del nuevo escepticismo post-totalitario. La advertencia del Papa ha sido clara: esa marginación "no convertirá a nuestras sociedades más razonables o tolerantes, sino que las hará más frágiles y menos inclusivas, y cada vez les resultará más fatigoso reconocer lo que es verdadero, noble y bueno". El rechazo de Dios se vuelve contra el hombre y, tras la apariencia de autonomía y liberación, produce una tristeza e insatisfacción que son hoy moneda común en nuestras sociedades.
El diálogo de la Iglesia con el mundo laico ha sido otro de los acentos evidentes, evidenciado por la doble mención a Havel y Tomásek. Según el Papa, agnósticos y creyentes se necesitan mutuamente: los primeros porque no pueden contentarse con su "no saber", sino que tienen que seguir buscando el significado de sus vidas; los segundos porque no pueden contentarse con lo que ya saben de Dios, sino que a través del diálogo deben buscar descubrirlo de un modo más profundo.
Quizás por eso ha querido citar en su despedida a un intelectual símbolo de la perplejidad moderna como Franz Kafka, según el cual "quien mantiene la capacidad de ver la belleza no envejece nunca". Un siglo después ha llegado a Praga un Papa anciano pero de extraña juventud para dialogar con sus miedos y esperanzas. Porque "si nuestros ojos permanecen abiertos a la belleza de la creación de Dios y nuestras mentes a la belleza de su verdad, entonces podremos verdaderamente esperar seguir siendo jóvenes y construir un mundo que refleje algo de la belleza divina".
"Hay una meta pero ningún camino", sostenía inmerso en la niebla el genial escritor de origen judío. Benedicto XVI ha sabido mostrar con la altura de la razón y la persuasión del afecto que la Iglesia ha sido un camino real, abierto a todos, en la historia de la nación checa como en la de Europa entera: "aquí, como en otros lugares, en los siglos pasados muchos han sufrido por mantenerse fieles al Evangelio y no han perdido la esperanza; muchos se han sacrificado para volver a dar dignidad al hombre y libertad a los pueblos, encontrando en la adhesión generosa a Cristo la fuerza para construir una nueva humanidad".
Un camino que sigue estando abierto para el hombre de hoy: "en la sociedad actual, donde tantas formas de pobreza nacen del aislamiento, del no ser amados, del rechazo de Dios y de la originaria y trágica cerrazón del hombre que piensa que se puede bastar a sí mismo, sólo Cristo puede ser nuestra esperanza cierta. Éste es el anuncio que nosotros los cristianos estamos llamados a difundir cada día, con nuestro testimonio". Habría sido hermoso verle dialogar con Kafka.