El aborto será una decisión autónoma, pero no por ello esa mujer dejará de ser madre
Levante-Emv
La reforma de la ley del aborto está cada vez más cerca. Fue un punto que el PSOE incluyó en su programa electoral, al parecer porque apreciaban una necesidad social de cambiar el paradigma legal.
Además de otras consideraciones de carácter circunstancial, el principal argumento que se ha dado para lanzarse a un cambio de tal calibre es que la actual ley no respeta la autonomía de la mujer.
Este argumento fue desarrollado en el informe que publicó la subcomisión parlamentaria creada para escuchar a los colectivos implicados. Hoy, para poder abortar, se requiere o bien el parte de un médico o bien la denuncia de una violación.
El modelo nuevo que se propone atenderá exclusivamente a un criterio de tiempo: si la duración del embarazo se encuentra dentro del plazo establecido por la ley, la mujer embarazada podrá abortar. De esta forma y según las conclusiones de ese informe, se asegurará la autonomía de la mujer en su decisión.
Tengo la impresión de que esta conclusión pasa por alto un aspecto no pequeño. Evidentemente, toda decisión es autónoma mientras sea tomada libremente y sin coacción. La autonomía implica la idea de no depender de otro. Sin embargo, el matiz que se pasa por alto es que hay alguien que sí depende de la madre desde el mismo momento en que la mujer se queda embarazada. Y además, esa dependencia es total.
No es difícil observar que la relación entre una madre y su hijo se intensifica más cuando el pequeño es más dependiente de los cuidados y las atenciones de sus padres. La comunicación entre madre e hijo se da ya mucho antes de que el niño pueda hablar. Las miradas y las sonrisas de los padres son percibidas y respondidas por el hijo. E incluso, en el caso de la madre, esa relación empieza en el mismo momento en que ella sabe que está embarazada.
A partir de ese instante se produce un cambio en ella. Aunque todavía no se vean, la mujer sabe que hay alguien en sus entrañas. Surge un vínculo que transforma a la mujer en madre de alguien. De ahí que ese vínculo no desaparezca en toda su vida, ni siquiera cuando los hijos ya se han casado o se han independizado del hogar paterno.
Toda madre conoce este vínculo que la transforma. Quizá de un modo más especial lo percibe aquella madre que ha perdido a un hijo por complicaciones naturales en el embarazo. La memoria de esta madre queda sellada por el vínculo con ese hijo a quien no conoció y a quien ya cuidó en su interior. A un hijo no se le olvida nunca.
La ley en trámite pretende que la interrupción del embarazo (aunque sería más preciso decir detención, pues el embarazo no puede ser reanudado) sea realizada de modo que se respete la autonomía de la mujer. La mujer ha de decidir por sí misma, y hacer aquello que quiere sin depender de nadie más ni de ningún papel. De acuerdo, el aborto será una decisión autónoma; pero no por ello esa mujer dejará de ser madre.
Estos juegos de palabras dificultan apreciar la belleza de la maternidad. Para una madre, su vida ya no se entiende sin el vínculo de la maternidad. Lejos de limitar, este nuevo lazo enriquece la existencia de la mujer porque le abre la posibilidad de una fecundidad de vida que no le otorga ningún otro tipo de relación personal. Ser padre y ser madre transforma al hombre y a la mujer por la relación única que se establece con la nueva persona que se les confía.