¿No se renovaría nuestra sociedad con este talante?
Levante-Emv
No sé si lo he leído o lo escuché de San Josemaría: no he tenido que aprender a perdonar porque el Señor me ha enseñado a querer. Efectivamente, perdonó con un corazón abierto a todos. Además, no se atribuye el mérito, es de Dios.
He recordado estas palabras después de conversar sobre la guerra sin fin entre judíos y palestinos, entre otras complejas razones, porque desde que estuve un tiempo en Tierra Santa, tengo la percepción de que son dos pueblos no habituados a perdonar, quizá por ser una actitud perdida.
El Antiguo Testamento contiene multitud de expresiones que manifiestan la misericordia y el perdón de Dios, pero quizá no fue captado igual para utilizarlo unos con otros, puesto que es Cristo quien declara abolida la ley del Talión e impera el amor a los enemigos, insta a la mansedumbre, a la bondad, a la comprensión.
Puede ser expresivo este texto de San Pablo: «Alejad de vosotros toda amargura, arrebato, cólera, gritería, blasfemia y toda malignidad. Sed más bien unos para otros bondadosos, compasivos y perdonaos los unos a los otros, como Dios os ha perdonado en Cristo». Pero esa doctrina admirable es ya cristiana.
Conozco menos el mundo musulmán, pero el perdón sólo es claro para los «creyentes». Sin perdón, no hay paz. En otro tono, nos sucede aquí con las heridas del pasado reciente, los roces autonómicos o la disputa política.
Hemos de aprender a querer para saber perdonar, tarea de una grandeza especial, porque el perdón, además de buen corazón, denota olvido del agravio, humildad y tantas virtudes que nos hacen más humanos y más libres.
Perdonar y aceptar el perdón, acercan a Dios Padre porque la paternidad es el contexto perfecto para el perdón. Escribió San Cipriano que es imposible alcanzar el perdón que pedimos de nuestros pecados si nosotros no actuamos de modo semejante con nuestros ofensores. Así decimos en el Padrenuestro.
Amar es perdonar. Yepes Stork une éste a otros muchos rasgos del amor, tales como que amar es, ayudar, cuidar al ser amado, curar, sufrir con quien se ama. Y explica que perdonar es borrar lo inaceptable y ofensivo de la conducta pasada del otro, como si no hubiera sucedido, es anular limitaciones y defectos ajenos, no tenerlos en cuenta sino para ayudarles a mejorar.
No se concibe el amor verdadero si no se sabe perdonar, puesto que no querríamos suprimir el error o lo feo de la vida del otro. Esto no sirve solamente para la familia, para los amigos, para los compañeros de trabajo más cercanos
Bien puede buscarse esta actitud entre colegas profesionales, entre rivales políticos, entre gentes de opiniones diversas u opuestas.
¿No se renovaría nuestra sociedad con este talante? El cristiano logra ser movido con medios de fe, pero todo hombre honrado puede buscar con empeño esa actitud tan necesitada. Con recio y delicado lenguaje, escribió Teresa de Ávila en Camino de perfección: «plegue a Dios que no se pierda ningún alma por guardar estos negros puntos de honra sin entender en qué está la honra».
Hay que ir a lo profundo de nuestras vidas buscando detectar en qué hemos de perdonar y en qué debemos solicitar el perdón. Esa doble actitud dignifica, mejora la sociedad y dota de más libertad interior, la más importante.