No debía mirar a Gaudí, sino mirar hacia donde él miraba"
Desde muy pequeño Etsuro Sotoo sabía que lo suyo era tallar piedra para hacer algo grande, aunque sus comienzos fueron desalentadores: "la piedra no me obedecía, yo quería dominarla pero se resistía al impulso de mi creación. Y lo difícil siempre estimula nuestro interés".
Un día descubrió que las piedras tienen vetas que les proporcionan un "carácter" que hay que respetar. "Aprendí a obedecer yo a la piedra, ser consciente de que mi poder no era suficiente. Comprendí que nunca consigues lo que pretendes si no conoces bien la materia con la que vas a trabajar".
Piensa que lo inteligente es obedecer a la realidad: "no puedes pretender ordenar el mundo y a las personas sin partir de la realidad, de la naturaleza. Hay que observarla con ojos de asombro y de respeto, como niños".
Su nombre significa en japonés "hombre feliz, siempre alegre", y afirma con orgullo que tiene muchos amigos en Europa. Etsuro decidió venir aquí porque "es donde la cultura de la piedra está más viva". Llegó a Barcelona en 1978 y empezó a trabajar en la Sagrada Familia por casualidad. "Aquella era la piedra que quería trabajar, me llamaba desde dentro, y en ella encontré mi alma de artista".
Para él Gaudí fue un genio al que quería ser fiel, pero a pesar de sus esfuerzos sólo llegaba hasta cierto punto. "Entonces me di cuenta de que no debía mirar a Gaudí, sino mirar hacia donde él miraba". Y pone un ejemplo concreto: "todos los arquitectos luchan contra la gravedad, es su enemigo, pero Gaudí obedece a la naturaleza y a su fuerza, y por eso el templo parece que tira hacia arriba. Eso es un claro reflejo de su fe".
Lo cristiano no le resulta ajeno a Etsuro, porque en 1991 se convirtió al catolicismo: "desde joven buscaba la verdad, me preguntaba quién soy, por qué he nacido, qué tengo que hacer... Encontré las respuestas en la fe cristiana, y mi alma se rehizo en la escultura de la Sagrada Familia".
En su trabajo como escultor resulta clave esa profunda comprensión del proyecto del arquitecto catalán: "Gaudí no sólo construía el templo, sino que el templo le construía a él. Lo mismo he experimentado yo en estos años".
Etsuro está convencido de que el arte no termina en el artista, sino que toda obra de creación cultural está viva, se completa con la contemplación del que la capta: "nace una nueva música en cada actuación, un nuevo libro en cada lectura, un nuevo cuadro en cada exposición, porque siempre cambia el público y el eco que se genera en su interior". Quizá por eso el arpa de la escultura de uno de sus ángeles de la fachada del Nacimiento no tiene cuerdas, porque tenemos que ponerlas cada uno.
Está de acuerdo con aquellos que dicen que un ángel descansa siempre en el hombro del artista cuando trabaja: "Entiendo a Joan Mayné, escultor del retablo de Torreciudad, cuando dice que no acaba de creerse que fuera capaz de hacer algo así. Algo divino nos inspira siempre, y por eso el arte no cansa y el consumo sí".
Cree que la mayor satisfacción del artista es poder decir ante su obra: "no he sido yo", y que la mayor alegría es ofrecer a las personas una belleza que les acerque a Dios y a Dios una belleza que le acerque a las personas: "pienso que la felicidad es cantidad y calidad de esperanza, y reconozco que la fe me la ha proporcionado con generosidad".