Arguments
Gonzalo Rojas Sánchez ha editado en su blog lo que podríamos llamar unas consideraciones (profundas consideraciones) sobre la última Carta Encíclica de Benedicto XVI Caritas in Veritate.
Uno se sorprende, y no debiera, de que haya voces que saluden tan acertadamente al Santo Padre, con un conocimiento de causa exacto, exhibiendo pedagógicamente los puntos nucleares de tan extenso texto, con el loable fin de que la palabra del Papa llegue a todos las inteligencias, y no sea manipulada por cuatro torpes rebotados o, lo que es peor, por la orquestada fanfarria mundial contra la Iglesia Católica que, por ser la verdadera, es la que más les escuece. Pero que no se preocupen, está fundada en Cristo, que es Dios, y Dios no pierde batallas. Es cuestión de tiempo.
Resumiendo algunas de las ideas que expone el Papa, Gonzalo Rojas viene a decir que la Caridad (el Amor) lo une todo entre las actuaciones de las personas en el mundo, mientras que la falta de ésta, confunde y desune, dando lugar a la desconfianza e incluso al odio.
Es fácil observar, cada uno puede hacerlo, mirando a su país, que estamos lejos de vivir en el mejor de los mundos posibles. Desgraciadamente, estamos bastante lejos. Ahora nuestro dios es el confort, el bienestar, el tomar todo lo nuevo como avance, como progreso, alejando de la mente cualquier objetivo o pensamiento trascendental.
Y lo malo es que ya hay generaciones que rondan los veinte, treinta años, que no saben quién es Dios, ni el alma, ni la vida de la gracia, ni que es bueno saber perdonar y portarse bien con el prójimo (incluso esta misma palabra no entra en su vocabulario), y un largo etcétera.
Y lo malo es que este estilo de vida no conduce a la felicidad. Ha habido épocas de la historia de los hombres en que ha sucedido lo mismo, y se ha acabado en un fiasco total: las guerras.
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Gonzalo Sánchez Rojas
Benedicto XVI afirma en Caritas in Veritate dos de las verdades más notables que puedan presentarse al intelecto humano y lo hace, ciertamente con mucha caridad.
Se desprende de toda la Encíclica una reiteración de ese primer principio clásico: "cada cosa son todas las cosas", formulado también como "hay que saber distinguir sin separar".
En cada capítulo Benedicto XVI hace ver cómo las hebras de la realidad están todas articuladas entre sí, de modo tal que tirar torpemente de una de ellas afecta a todas las demás, mientras que cuidar con esmero cada parte, beneficia hasta a los más alejados componentes del todo.
Y si eso vale, muestra el Papa, para las actividades en sus efectos (lo que produce la técnica, lo que resulta de la economía, lo que es causado por la política, etc.) el mismo principio se aplica hacia adentro, hacia el ejecutor de las acciones, la persona humana misma. Todo lo que ella realiza, sin excepción alguna, repercute sobre sí misma, la mejora o deteriora, porque el ser humano tiene unidad esencial. Simple, pero tan olvidado hoy.
Una segunda dimensión omnipresente en la Encíclica es justamente la complementaria: "cada cosa es cada cosa" o "hay que saber unir sin confundir".
A lo largo de todo el texto se marca la diferencia entre el Dios del Amor, la naturaleza por El creada y la persona humana por El amada. Nada de panteísmos, ni de ecologismos fundamentalistas, ni de humanismos naturalistas.
Es Occidente la civilización que ha distinguido correctamente la que está presente en toda la Encíclica, no como pura oferta cultural hacia las demás civilizaciones, sino como logro de fidelidad al plan de Dios.
Sólo queda un problema pendiente: el desafío formativo que plantea Benedicto XVI es enorme, porque si todas las cosas son la misma cosa (pero al mismo tiempo, cada una es diferente) no cabe sino formarse desde la teología y la antropología para entender las ciencias e integrarlas adecuadamente en una tríada articulada de saberes y comportamientos.Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
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