Asignaturas y profesores deben contribuir a formar personas con sentido de la vida y abiertas a los demás
ReligionConfidencial.com
La superación del permisivismo no es el autoritarismo, sino la educación en valores, comenzando por la libertad. Sin duda, el aprendizaje es difícil, porque resulta inseparable de la responsabilidad, pero es quizá el gran reto de la familia y de la escuela en la hora actual. También de los gobiernos, en la medida en que, aun sin llegar a los recientes extremos de Venezuela, parece crecer su intervencionismo en los sistemas docentes del mundo por razones de eficiencia económica, cuando no de pura influencia ideológica.
En la esfera pública, resulta suicida, aunque pueda dar réditos a corto plazo, la vieja práctica del 'panem et circenses', ahora en términos de libertad sexual sin apenas límites ni ataduras. Por ahí va el contenido de algunos folletos editados por instituciones oficiales que más parecen buscar la corrupción de costumbres que la consolidación de valores ciudadanos entre la gente joven. Desde luego, aunque sólo fuera por dilapidar el dinero de todos en tiempos de crisis, merecerían interpelaciones parlamentarias serias, no farisaicas.
El humanismo cívico moderno tiene mucha relación con el republicanismo, también con el desarrollado por Philip Pettit, del que algunos por estos pagos parecen no haber leído más allá de algún prólogo. La convivencia democrática se asienta sobre virtudes republicanas clásicas, dentro de un continuo intento por construir una ética civil. Algunos nos formamos en ese clima, con maestros represaliados por haber formado parte de aquellos intelectuales al servicio de la República reunidos en torno a Ortega, Marañón y Ayala. Paradójicamente, no superaron la depuración que lanzó la II República al comienzo de la guerra civil, ya en julio de 1936. Aquella magnanimidad, sabiduría y tolerancia, auténticamente republicanas, se daban de bruces con la barbarie que se apoderó del poder en España.
Otros muchos nombres señeros, como Miguel de Unamuno, Manuel García Morente, Joaquín Garrigues o Carlos Jiménez Díaz fueron también separados de sus puestos por órdenes publicadas en la Gaceta de la República.
Doy fe de la generosidad humana y de los grandes valores de mis maestros laicos, respetuosos con la religión. Querían educar hombres de inteligencia y voluntad. Desde los diez años aprendimos a escribir y a hablar en público. Y la disciplina intelectual se acompañaba con evidentes exigencias en la conducta diaria. En el fondo, vistos con la mentalidad de hoy, podrían ser tachados injustamente de puritanos. Pero su gran capacidad de tolerancia les había ayudado a superar las dos dictaduras.
Por eso, porque la amaban, podían educar en libertad, asentada en valores. Quien sólo busca el poder, acaba haciendo que la gente prefiera la igualdad a la espontaneidad. El riesgo es no respetar al distinto. No soy partidario de una educación para la ciudadanía enlatada en unas pocas horas al año, porque todas las asignaturas y todos los profesores deben contribuir a formar personas con sentido de la vida y abiertas a los demás. Algo que también se aprende en casa. No es extraño que en la gran encuesta hecha en Francia este año, la familia siga siendo, con gran diferencia, el gran valor para los ciudadanos.