La ley natural no puede ser modificada, ni por decisión de toda la humanidad
Gaceta de los Negocios
El Vaticano, al parecer, no se toma vacaciones. La comisión teológica internacional ha publicado recientemente un importante documento sobre el fundamento ontológico de una ética universal basada en la ley natural. En un mundo ahogado por el inmediatismo artificial y la parafernalia del new age, por más que pretendamos huir de la naturaleza, ésta nos persigue allá donde vamos. Prescindir de ella es traicionar a nuestra propia sombra; ignorarla, cerrar los ojos a la más evidente de las verdades.
Recuperar el concepto de ley moral natural es uno de los grandes retos actuales. También purificarlo, ya que quienes seguimos su pista desde hace lustros sabemos a ciencia cierta que ha sido rabiosamente malinterpretado, injustamente manipulado y ladinamente extrapolado. E pur si muove. Desde que hace muchos siglos los filósofos griegos racionalizaran la ley natural, los juristas romanos la aplicaran como criterio de interpretación jurídica y el cristianismo la hiciera suya en tanto fuente de moralidad, la noción permanece viva, se expande y se impone a sus enemigos más acérrimos apelando a la cruda realidad.
Podemos evocarla bajo mil nomenclaturas, pero jamás cuestionarla. Se trata, en suma, de una misma ley para chinos y turcos, españoles y nigerianos, progres y reaccionarios. No puede ser modificada por parlamento alguno, ni siquiera por decisión unánime de la humanidad. Y es que la ley moral natural no es hija del consenso. Esculpida a fuego en el corazón de las personas, vive en nuestras vísceras y entrañas, se prolonga en nuestra carne y se funde con nuestros huesos. No estamos frente a una relación inanimada de preceptos pétreos, obsoletos, sino ante la fuente de inspiración para un fundamento objetivo de la ética universal, ese anhelo inconcluso de toda la humanidad.