El fundamento del derecho parece ser hoy el deseo, aunque éste sea imposible
Gaceta de los Negocios
En España hay un diario de izquierdas que, en parte, por una dieta poco equilibrada de ideología decayó y decayó. El proceso de descerebración de la izquierda española es agudo. Hace unos días, publicaba ese diario, no sin complacencia, la noticia del nacimiento de un bebé que tenía dos madres (y, por supuesto, ningún padre). El milagro progresista se había consumado. El feminismo igualitario violaba las leyes naturales. Una ponía el óvulo y la otra el útero. Por supuesto, las dos mujeres son pareja (no sólo en el sentido trivial de que son dos).
Consumaban así su deseo (el deseo es el tótem del progresismo) de tener un hijo común. Y el diario acogía la buena nueva con entusiasmo. Sólo alguien muy amargado o resentido, alguien muy de derechas, podría poner reparos al insólito acontecimiento: un niño nacido de dos madres. El alborozo parece sugerir que el neonato carece de padre, que, por fin, el varón ha podido ser apartado del asunto de la procreación. El viejo sueño se hace realidad: el padre no es ya innecesario o superfluo; es que, simplemente, no existe.
No hay que ser licenciado en Biología, ni ginecólogo, para percibir la patraña que entraña esta falsa duplicidad materna. Este hijo, como todos los hijos, tiene un padre y una madre. La mitad genética pertenece al padre y la otra, a la madre; en este caso, a la propietaria del óvulo. La que aporta el útero pone sólo el nido. El niño no tiene dos madres. Ni siquiera un padre y dos madres. Tiene, como todos, un padre y una madre.
El fundamento del derecho parece ser hoy el deseo. Basta con que alguien desee algo para que constituya el fundamento de un derecho. Aunque el deseo sea, como en este caso, imposible de cumplir. Si la realidad se opone al deseo, peor para la realidad. Que la realidad no te escamotee un bonito derecho. Es el 68: sé realista, pide lo imposible. ZP te lo da.
Pero la clave de este asunto se encuentra en el espermatozoide escamoteado, perdido, suprimido. De este modo, se vuelve innecesario el freudiano matar al padre, ya que no existe. Por no hablar de la envidia del pene. Todavía va a resultar que Freud era un conservador antifeminista. Estamos ante el milagro de la multiplicación de las madres. Ya se acabó aquello de que no hay más que una.
Ahora habrá varias, muchas, casi tantas como se quiera: la que pone el óvulo, la que aporta el útero, la que alimenta con su leche (esto se antoja un punto reaccionario), la que educa (en su caso)
Por este camino, vamos hacia el reconocimiento de un nuevo derecho: el del hijo a elegir a su madre o madres, o a su padre o padres. Que la libertad queda muy dañada si a alguien se le imponen padres que no ha elegido.
Pero no. Nadie tiene dos madres, ni nadie carece de un padre. Lo siento, pero todo ser humano nace de un varón y una mujer. Puedo llegar a comprender que a alguien le moleste, pero no que esa molestia lo lleve a negar la evidencia. Podrán las leyes llamar matrimonio a lo que no lo es, pero lo que no pueden lograr es que un ser humano nazca de dos mujeres ni de dos hombres.
El señorito satisfecho (y la señorita) tiende a no reconocer límites a la libre expansión de sus deseos. Ni siquiera los que se oponen a la naturaleza. Cree que tiene derecho a todo y exige como derecho el contenido de su arbitraria capacidad de desear. Más pronto que tarde, se dará de bruces con la realidad. Para que haya dos madres, tiene que haber un espermatozoide escamoteado.