Para qué quería él un tesoro si ya estaba forrado
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Leo en el Evangelio de hoy que se acercó a Jesús uno y le preguntó:
Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?
No sabemos cómo se llamaba el protagonista de la escena. San Mateo sólo dice que era rico, y con ese nombre ha pasado a la historia: el joven rico.
Claro que el joven rico no tenía radio ni tele, ni lavaplatos, ni agua corriente, ni cristales en las ventanas, ni gel de baño, ni champú para el pelo, ni pasta de dientes, ni cepillo de uñas, ni aire acondicionado, ni calefacción, ni mudas de ropa interior, ni colchón en la cama, ni cama, ni agua embotellada, ni aspirina, ni pijama, ni desodorante, ni papel higiénico (con perdón); ni siquiera tenía Internet, ni ordenata, ni móvil, ni luz, ni un boli para apuntar el pedido para el hiper. No, tampoco había hiper, ni bar de la esquina con cerveza fría y boquerones en vinagre.
El joven rico olía a choto y, dos veces por semana, comía con las manos una carne mal guisada.
El joven rico no fue capaz de seguir a Jesús, a pesar de que el Señor le dijo que, si se desprendía de todo, tendría un tesoro en el Cielo.
Para qué quería él un tesoro si ya estaba forrado. Ya tenía dos rebaños, cuarenta olivos y unos siervos que le lavaban los pies cuando llegaba a casa.