El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida socioeconómica
VivaChile.org (*)
En la Carta Encíclica Caritas in Veritate, el Papa Benedicto XVI nos hace ver que en los 40 años transcurridos desde la publicación de la Populorum Progressio por S.S. Paulo VI, la globalización ha generado cambios importantes en el ámbito financiero, industrial, sindical, político y cultural, con consecuencias muy positivas, pero también con peligros notables si no se gestiona de manera humanista.
Por eso, sin la orientación de la caridad en la verdad es decir, no sólo con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales y volubles, este fenómeno puede producir enormes daños. La caridad y la verdad urgen a un empeño nuevo y creativo, aunque ciertamente amplio y complejo; se trata de dilatar la razón y hacerla capaz de conocer y orientar esta nueva dinámica en la perspectiva de la civilización del amor, cuyo germen ha puesto Dios en todos los pueblos y en todas las culturas.
Como consecuencia, hoy resulta más imperioso que nunca tener en cuenta los diversos determinantes del desarrollo humano: el hombre es, en efecto, el autor, el centro y el fin de toda la vida socioeconómica.
Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil es el tema del tercer capítulo de Caritas in Veritate, que se abre con un elogio a la experiencia del don y de la gratuidad, no reconocida a menudo, debido a una visión de la vida que antepone a todo la productividad y la utilidad (
) El desarrollo, si quiere ser auténticamente humano, necesita en cambio dar espacio al principio de gratuidad, y por cuanto se refiere al mercado, la lógica mercantil debe estar ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política.
En este contexto, el gran desafío que enfrenta el mundo empresarial planteado por las dificultades del desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económico-financiera actual, es mostrar, tanto en el orden de las ideas como en el de los comportamientos que no sólo no se pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la transparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria.
Es ésta una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo. En consonancia con estos principios, se entiende que la doctrina social de la Iglesia haya sostenido siempre que la justicia afecta a todas las fases de la actividad económica, porque en todo momento tiene que ver con el hombre y con sus derechos. La obtención de recursos, la financiación, la producción, el consumo y todas las fases del proceso económico tienen ineludiblemente implicaciones morales. Así, toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral.
Cabe aquí recordar que el anterior Pontífice, Juan Pablo II, advertía que invertir tiene siempre un significado ético, además de económico. En la misma línea argumental, Benedicto XVI exhorta a evitar que el empleo de recursos financieros esté motivado por la especulación y ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato, en vez de la sostenibilidad de la empresa en el largo plazo, su propio servicio a la economía real y la promoción, en modo adecuado y oportuno, de iniciativas económicas también en los países necesitados de desarrollo.
A este respecto, es útil observar que la iniciativa empresarial tiene, y debe asumir cada vez más, un significado polivalente, pues el ser empresario, antes de tener un significado profesional, tiene un significado humano. Por eso, es menester profundizar también en la empresa en una nueva síntesis humanista, dentro de la que cobra plenitud de sentido la conciencia de una responsabilidad empresarial más amplia de la empresa, según la cual la gestión de la empresa no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa: trabajadores, clientes, proveedores,
la comunidad de referencia.
(*) Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio