La lógica de toda educación moral hace que se deriven unas consecuencias determinadas y no otras
Levante-Emv
Las noticias de los abusos sexuales a niñas menores no son nuevas. Sin embargo, lo que sí es novedad y ha removido en las últimas semanas a la opinión pública son los casos en los que los agresores han sido también menores de edad.
A mi modo de ver, las medidas que se han propuesto difícilmente erradicarán estos abusos, puesto que la raíz del problema se encuentra en el tipo de educación moral recibida.
Pretender arreglar estas situaciones lamentables con medidas penales es como lo de pedir peras al olmo. El olmo nunca podrá dar peras, por mucha poda que se haga o por mucho abono que se le aplique. Si se quiere recoger peras, hay que sembrar perales, no acudir a buscarlas al olmo.
Pienso que algo similar se ha puesto de manifiesto este verano con los abusos mencionados. A duras penas curaremos esta enfermedad social endureciendo las medidas penales o rebajando el límite de edad para su aplicación, ya que lo que da razón de ese comportamiento no es la ausencia de castigo estipulado, sino de principios morales.
La educación moral propone modelos de comportamiento, y para ello proporciona criterios de actuación. Un aspecto capital del desarrollo de la persona se refiere a la relación con los demás, y particularmente a la relación entre los dos sexos. Desde hace no mucho tiempo, el comportamiento sexual que se ha propuesto en nuestra sociedad está muy vinculado a las ideas de Freud.
El adagio moral clásico de «Haz el bien y evita el mal» se traduce en el ámbito sexual moderno por «Haz el sexo y evita la represión». La educación moral actual presenta el sexo como algo inocente y bueno, cuyo único límite sería el consentimiento del otro, e insta a evitar como algo negativo cualquier barrera que contenga el impulso sexual, pues conduciría a un carácter reprimido.
A partir de estos principios, puede darse un conflicto moral al concurrir dos circunstancias: por un lado, ese impulso, que puede llegar a adquirir cierta fuerza, y por otro, la falta del consentimiento de la otra parte. Desde luego, este conflicto será más agudo cuando uno sea más joven y carezca de experiencia. En esta encrucijada hay que tomar una decisión.
El problema se da porque los criterios morales actuales no son capaces de dar una razón suficiente como para contener dicha fuerza. Puesto que lo malo, lo que hay que evitar a toda costa, es llegar a ser un reprimido, será preferible dejarse llevar por el impulso sexual, aunque sea con violencia hacia el otro.
La lógica de toda educación moral hace que se deriven unas consecuencias determinadas y no otras. El olmo también tiene su fruto. Pero es un fruto efímero e inútil como alimento humano, a diferencia de lo que ocurre con los perales. Así, como nadie da lo que no tiene, una relación que asegure al otro el respeto que se merece deberá estar enraizada en algo más sólido de lo que estamos dando hoy en día. Podemos rebajar la edad penal de los jóvenes, pero dudo de que sea eso lo que falte.
Es posible que nos falte una pieza del puzzle para entender bien la sexualidad. A lo mejor la relación entre los sexos es algo más que un juego divertido o una mera liberación de represiones ocultas. Puede que haya llegado el momento de pensar la sexualidad como expresión de una comunión personal, e integrar esta faceta del actuar humano en la dimensión espiritual de la persona.
Sin duda, esta semilla nueva podrá fecundar las relaciones de los individuos con frutos de respeto y amor más profundo.
Tomás Baviera. Director del Colegio Mayor Universitario La Alameda