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En un comentario a mi entrada de ayer sobre el Santo cura de Ars, Gonzalo escribe lo siguiente:
"Hace poco leí por encima un artículo en el que se hablaba de que la gente cada vez se confesaba menos. Y decía que para hacer la confesión más "atractiva" cada vez en más iglesias desaparecían los confesionarios y se hacían en el despacho del párroco.
Es cierto..., tristemente cierto. Pero a mi entender, se consigue lo contrario a lo buscado. Echo de menos el pasar por una iglesia "a deshora" (es decir, no justo antes de misa) y asomarme para encontrar a un paciente sacerdote esperando en un confesionario. Creo que eso es mucho más atractivo que el "pasar consulta" en el despacho."
Hasta aquí, Gonzalo.
La verdad es que el confesonario resulta mucho más duro para el confesor que para el penitente. Haga frío o calor, aunque la iglesia esté vacía, necesitamos sacerdotes que estén siempre a la espera, con un rosario en la mano, un libro y nada más. El pescador necesita tener paciencia.
Es una tarea oculta y silenciosa, pero tan rentable a la larga que nunca deberíamos dejarla. Así nos lo ha pedido el Santo Padre este año en su carta a los sacerdotes:
«Los sacerdotes no deberían resignarse nunca a ver vacíos sus confesonarios ni limitarse a constatar la indiferencia de los fieles hacia este sacramento. En Francia, en tiempos del Santo Cura de Ars, la confesión no era ni más fácil ni más frecuente que en nuestros días, pues el vendaval revolucionario había arrasado desde hacía tiempo la práctica religiosa.
Pero él intentó por todos los medios, en la predicación y con consejos persuasivos, que sus parroquianos redescubriesen el significado y la belleza de la Penitencia sacramental, mostrándola como una íntima exigencia de la presencia eucarística. Supo iniciar así un "círculo virtuoso".
Con su prolongado estar ante el sagrario en la Iglesia, consiguió que los fieles comenzasen a imitarlo, yendo a visitar a Jesús, seguros de que allí encontrarían también a su párroco, disponible para escucharlos y perdonarlos.
Al final, una muchedumbre cada vez mayor de penitentes, provenientes de toda Francia, lo retenía en el confesonario hasta 16 horas al día. Se comentaba que Ars se había convertido en "el gran hospital de las almas".
Su primer biógrafo afirma: "La gracia que conseguía [para que los pecadores se convirtiesen] era tan abundante que salía en su búsqueda sin dejarles un momento de tregua".
En este mismo sentido, el Santo Cura de Ars decía: "No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él". "Este buen Salvador está tan lleno de amor que nos busca por todas partes".
Todos los sacerdotes hemos de considerar como dirigidas personalmente a nosotros aquellas palabras que él ponía en boca de Jesús: "Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita".
Los sacerdotes podemos aprender del Santo Cura de Ars no sólo una confianza infinita en el sacramento de la Penitencia, que nos impulse a ponerlo en el centro de nuestras preocupaciones pastorales, sino también el método del "diálogo de salvación" que en él se debe entablar.
El Cura de Ars se comportaba de manera diferente con cada penitente. Quien se acercaba a su confesonario con una necesidad profunda y humilde del perdón de Dios, encontraba en él palabras de ánimo para sumergirse en el "torrente de la divina misericordia" que arrastra todo con su fuerza.
Y si alguno estaba afligido por su debilidad e inconstancia, con miedo a futuras recaídas, el Cura de Ars le revelaba el secreto de Dios con una expresión de una belleza conmovedora: "El buen Dios lo sabe todo. Antes incluso de que se lo confeséis, sabe ya que pecaréis nuevamente y sin embargo os perdona. ¡Qué grande es el amor de nuestro Dios que le lleva incluso a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de perdonarnos!"».
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