La publicación de este refrescante libro de Juan Ramón García-Morato nos sitúa ante un reto apasionante, que engancha desde la primera página y mantiene la atracción in crescendo hasta el final. Fácil de conseguir cuando se trata de un buen thriller policíaco, pero nada habitual si estamos hablando de un libro de espiritualidad con más de 450 páginas (no muchas más). Pero lo ha logrado.
Publicado en Eunsa (colección Astrolabio-Espiritualidad), Aprender a querer, saber vivir, trata de ofrecer una visión fascinante de la vida cristiana a través del cultivo de una personalidad humana firme en la que puedan arraigar los valores espirituales y amar a Dios sobre todas las cosas con un amor encarnado en el espacio y en el tiempo.
Las páginas de Aprender a querer, saber vivir, hacen caer en la cuenta al lector de todo este entramado humano y divino a la vez. Reconfortan el ánimo y reconcilian con la vida y sus complejidades. Abren de par en par los horizontes ilimitados y sitúan al lector ante un reto apasionante, que engancha desde el principio, pues consigue ofrecer una visión atrayente de la vida cristiana a través del cultivo de una personalidad humana en la que puedan arraigar los valores espirituales.
En sus páginas se entrelazan argumentos antropológicos y experiencias vitales con testimonios de los primeros cristianos y de los siglos posteriores. También están presentes quienes no han conocido al Dios que se revela en Jesucristo y, sin embargo, son auténticos «expertos en humanidad».
El itinerario que recorre está lleno de parajes insospechados, ofrece lugares de descanso que reconfortan, dibuja con perfiles nítidos los elementos para que cada cual se haga un traje a la medida y pueda configurar el mapa de carreteras que le permita llegar al encuentro con los demás y, si quiere, con Dios, configurando su camino personal.
Y en medio de esta aventura singular continuamente sugerida, es de agradecer el modo cómo ha procedido el autor: ha ido planteando numerosas cuestiones pero, en la mayoría de los casos, no ha ofrecido de inmediato la solución y, cuando lo hace, los interrogantes han seguido abiertos. Ha sido intencionado confiesa en el último capítulo, con la pretensión de que los posibles lectores pongan en juego su personal autonomía y no se acostumbren a que se les dé todo hecho.
Y añade enseguida: ahora, próximo el final, toca al autor aportar algunas pinceladas que entrelacen las cuestiones humanas y las respuestas de la fe, con la esperanza de que cada uno tenga elementos suficientes para alcanzar una respuesta más plena, si es que todavía no lo ha conseguido. Solo después de haber recorrido Un camino hacia la cumbre (primera parte), es posible comenzar con soltura la segunda: Una novela de aventuras y llegar al final siendo conscientes de la riqueza acumulada durante el recorrido.
Algunas ideas del libro:
Hay un cuento de origen chino en donde uno de los discípulos pregunta a su maestro, mientras contemplan unos gusanos de seda: Maestro, ¿qué es el hombre? La respuesta parecía enigmática: Él no es lo que siempre ha creído que era, ni lo que los demás creen que es. La siguiente pregunta del discípulo era casi obligada: Maestro, ¿y qué pasaría si un buen día se diera cuenta de eso? Pasaría que el gusano se convertiría en mariposa.
Quizá algo similar quería decir Santiago Ramón y Cajal, premio Nóbel de Medicina en 1906, cuando afirmaba que cualquier persona, si se lo propone y no se le niegan las oportunidades, puede esculpir su propio cerebro. Otro premio Nóbel de Medicina Sir John Eccles lo demostró años más tarde. Y es que todos tenemos, salvo lesión o enfermedad, cien mil billones de conexiones neuronales; el desarrollo de esa capacidad física depende de nosotros. Por eso soñar es bueno, aunque se fracase; por eso intentar volar es bueno, aunque a veces uno se estrelle.
Cada uno es como Dios lo ha hecho, o un poco menos, dice Sancho Panza a Don Quijote. Luego, cada cual desarrolla los talentos recibidos según las oportunidades que tiene y su decisión de aprovecharlas. Tener miedo a brillar puede ser razonable. Dejarse llevar de ese temor y permitir que impregne nuestros actos, es un profundo error. Para todo el mundo. Más me atrevería a decir para una persona cristiana. "Nada humano me es ajeno", escribió Terencio casi dos siglos antes del nacimiento del Mesías. Creer que Jesucristo es Dios encarnado y hecho hombre como cualquiera de nosotros, empuja a asumir estas palabras con una convicción sin fisuras. Quizá nadie como una persona cristiana puede hacerlas suyas con tanta plenitud.
Tenemos que perder el miedo a vivir, sin contentarnos simplemente con sobrevivir. Podemos llegar a implicarnos con generosidad en muchas causas, pero la más generosa implicación está muy lejos de cualquier compromiso verdadero, por pequeño que sea. Como alguien ha señalado, con gracia y con acierto, en un plato de huevos fritos con bacón, la gallina está muy implicada, pero el cerdo está totalmente comprometido: ha dado la vida para poder estar ahí.
En el discurso inaugural que pronunció Nelson Mandela como Presidente electo de Sudáfrica, el 10 de mayo de 1994, decía: Nuestro mayor miedo no es creer que seamos inadecuados. Nuestro mayor miedo es saber que somos poderosos más allá de cualquier medida. Es nuestra luz y no nuestra oscuridad lo que más nos asusta. Nos preguntamos: ¿quién soy yo para estar lleno de talento, para ser atrayente, brillante y fabuloso? Pero, en realidad, ¿quién eres para no serlo? ¡Eres un hijo de Dios! El que juegues a ser insignificante, de nada le sirve al mundo. No existe nada maravilloso en el hecho de encogerse, para que los que te rodean no se sientan inseguros ante ti. Hemos nacido para manifestar la gloria de Dios que existe en nuestro interior. No está sólo en unos cuantos, está en todos y cada uno. A medida que permitimos que nuestra propia luz brille, de forma inconsciente vamos dando a los demás la posibilidad de hacer lo mismo. A medida que nos libramos de nuestros miedos, nuestra presencia automáticamente libera a otros para que también puedan hacerlo.
Por eso la vida cristiana, o es una conversión permanente, o no es: nos instalamos con facilidad en una exigencia confortable. Y entonces deja de tener importancia la actitud interior y se centra el esfuerzo en mantener el tipo, hasta llegar a altas dosis de perfeccionismo, siempre de acuerdo con un esquema predeterminado; esquema que, en la mayoría de los casos, lo ha decidido la misma persona.
La gente perfeccionista sólo vive para estar a la altura, porque teme perder la consideración de los demás. Sin embargo, quienes son capaces de soñar no se preocupan de dar la talla, sino de dar lo mejor de sí mismos. Luego, dan gracias a Dios cuando sale bien y piden perdón cuando ha salido mal. Para continuar la andadura por el único camino viable: tras los pasos del Señor.
Juan Pablo II afirmaba que una fe que no se hace cultura, es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida (Discurso 16-I-82). Ahí está la clave. Para un cristiano, la tarea de construir un mundo más humano y más justo exige acoger, pensar y vivir la fe. La cultura que se hace artificialmente tiene luego que ser protegida por el poder para que no desaparezca, porque nace muerta.
La cultura, el mundo, la sociedad, el trabajo , los configuran las personas con sus vidas y la transmiten en cada uno de sus actos, generando un ambiente con tonalidades que brotan de su personalidad. Basta echar un vistazo a la Historia para comprobar cómo una sola persona puede cambiar el rumbo de una sociedad entregando su vida con toda su riqueza.
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San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
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