El mensaje que hemos de vivir y propagar es siempre un mensaje de amor a todos
Las Provincias
Emociona leer en los Hechos de los Apóstoles diversas expresiones alusivas a la unidad reinante entre los primeros cristianos. Por ejemplo, se lee en el capítulo cuatro que la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma.
Dos capítulos atrás se dice que todos los creyentes estaban unidos y tenían todas las cosas en común. Y puestos a ir hacia atrás, San Lucas escribe del Colegio Apostólico, reunido en el Cenáculo a la espera del Espíritu Santo, que perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús, y sus hermanos.
Seguramente, este clima de unidad no era ajeno a aquella parte de la oración sacerdotal de Cristo en la noche de la Última Cena cuando pide al Padre para que sus discípulos sean consumados en la unidad.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que comenzasen las primeras disensiones a causa de los judaizantes. No me referiré ahora a este asunto, sino al que surgirá en Corinto cuando no habían pasado treinta años de la muerte de Jesús. La iglesia de Corinto había sido fundada por San Pablo, con la colaboración de Silas y Timoteo, hacia el año 50.
Pues bien, alrededor del año 57 ha de escribir a los fieles de aquella ciudad por una serie de abusos que habían introducido en la comunidad. Uno de estos era la envidia y discordia ocasionada por un tipo de bandería impropio del espíritu católico, universal.
Se ha repetido en multitud de ocasiones que nadie es extranjero en la Iglesia, que es la casa de todos. Pero los corintios ya habían empezado a dividirse a causa de lo que ahora llamaríamos "fulanismos".
Basta la lectura directa del texto: «Porque cuando uno de vosotros dice: "Yo soy de Pablo"; y otro: "Yo, de Apolo", ¿no procedéis a lo humano? ¿Qué es Apolo? ¿Qué es Pablo? Ministros, por medio de los cuales habéis creído; cada uno según el Señor le ha concedido. Yo planté, Apolo regó, pero es Dios quien dio el crecimiento; de tal modo que ni el que planta es nada, ni el que riega, sino el que da el crecimiento, Dios. El que planta y el que riega son una misma cosa; pero cada uno recibirá su propia recompensa según su trabajo. Porque nosotros somos colaboradores de Dios; vosotros sois campo de Dios, edificación de Dios».
Excuso la longitud de la cita porque es palabra revelada, muy expresiva de lo que sucedía en Corinto y de lo que puede suceder en nuestros días, cuando se hacen comparaciones que, según mi parecer, no son lo más adecuado en la vida de la Iglesia.
No parece lo mejor que, mientras buscamos apasionadamente la unidad de los cristianos, nos dividamos en la casa donde no hay extranjeros a causa de Pablo y de Apolo, sin favor alguno para ninguno de ellos, ni para la unidad deseable entre nosotros. El mensaje que hemos de vivir y propagar es completamente ajeno a ese tipo de parangones. Y, desde luego, es siempre un mensaje de amor a todos.
Refiriéndose a la Iglesia afirmó el último concilio que Dios formó una congregación de quienes, creyendo, ven en Jesús el autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia a fin de que fuera para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salutífera.
La asamblea ecuménica no hizo sino continuar la tradición de unidad que los Padres de la Iglesia transmitieron. "Colaborad mutuamente unos con otros escribía Ignacio de Antioquía a Policarpo de Esmirna, luchad unidos, corred juntamente, sufrid con las penas de los demás, permaneced unidos en espíritu aun durante el sueño, así como al despertar, como administradores que sois de Dios, como sus asistentes y servidores". San Agustín se refirió al que es Único y apacienta a través de muchos, y a los que son muchos y apacientan formando parte del que es Único.