La tercera encíclica de Benedicto XVI, Caritas in veritate, propone la virtud de la caridad como eje del futuro desarrollo económico en plena recesión mundial. Todas las encíclicas del Papa levantan expectación, pero esta lo ha hecho de forma especial.
Se ha señalado el origen moral de la crisis económica que azota al mundo desarrollado porque los pobres siempre están en crisis, y muchos esperaban de Benedicto XVI el ejercicio de su magisterio clarificador. Lo que ha fallado no es tanto el mercado en sí mismo sino las "referencias egoístas" que lo han regido durante demasiado tiempo. "La globalización no es ni buena ni mala, será lo que la gente haga de ella". Considera erróneo, afrontar el problema del desarrollo imponiendo a la población políticas de control de la natalidad.
El Papa ha respondido con el documento Caritas in veritate, una encíclica (la tercera desde que ocupa la Silla de Pedro) dividida en seis partes, que ostenta un marcado carácter social. Algunos medios se han apresurado a tildar al Pontífice de socialista, o poco menos. Ya se sabe que los medios elogian o atacan al Papa en función de la coincidencia de sus manifestaciones con la línea editorial que defienda la empresa mediática en cuestión. Pero el Papa siempre defiende los mismos valores, y su mensaje no es susceptible de adaptaciones a los tiempos porque el tiempo de la Iglesia se mide en la eternidad.
La encíclica la presentó el cardenal Renato Martino en el Aula Pablo VI de El Vaticano, un día antes del comienzo de la reunión del G-8 en Italia. De hecho, Benedicto XVI ha enviado el texto a la cumbre, un acto muy pertinente habida cuenta de que en él aboga por un nuevo orden financiero que busque el bien común, y afirma la necesidad de ética que tiene la economía, pues el mercado no es el lugar de atropello del fuerte sobre el débil. La Librería Editorial Vaticana ha tirado medio millón de ejemplares en italiano y prepara ya una segunda edición.
Déficit ético
En Caritas in veritate, el Pontífice asegura que la crisis muestra que los tradicionales principios de la ética social, como son la transparencia, la honestidad y la responsabilidad no pueden ser descuidados. La crisis nace de un déficit de ética en las estructuras económicas, insiste. El Obispo de Roma señala que la economía no elimina el papel de los Estados y tiene necesidad de leyes justas, y denuncia la mentalidad de la economía globalizada de lograr beneficios a cualquier precio. Lamenta que esa codicia haya conducido a la peor crisis económica desde la Gran Depresión, por lo que exige nuevas normas y controles. Benedicto XVI ha trabajado durante dos años en el documento, y su publicación mundial un día antes del G-8 reviste una clara intencionalidad de coordinar esfuerzos frente a la crisis, aportando directrices útiles desde la autoridad moral e intelectual que asiste al vicario de Cristo.
El desarrollo es imposible sin hombre rectos, sin operadores económicos y hombres políticos que sientan profundamente en sus consciencias la llamada del bien común, afirma Benedicto XVI. Su llamamiento a una regeneración de las actitudes empresariales y políticas ha sido muy comentado. Pero sobre todo, el Papa incide en la reforma espiritual del hombre como causa necesaria de la mejoría del mundo: Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social.
El nuevo documento del Papa Ratzinger retoma los temas sociales contenidos en las encíclicas Populorum progressio, de 1967, escrita por Pablo VI, y Sollicitudo rei socialis, sobre la misma temática, escrita por Juan Pablo II en 1988.
El Papa critica duramente el capitalismo salvaje
El Pontífice propone proyectar una nueva economía de mercado basada en los principios de "solidaridad" y "confianza recíproca" al tiempo que acusa de la crisis y de las crecientes desigualdades entre ricos y pobres a una "cierta ideología" egoísta que ha predominado hasta ahora.
En esta su tercera encíclica el Papa aborda temas económicos y sociales. Las dos encíclicas anteriores se centraron en cuestiones teológicas, tales como la caridad ('Dios es Amor') y la esperanza cristiana ('Salvados en la esperanza'). En la carta, dirigida a los obispos y fieles católicos del mundo, pide una "urgente" reforma de la ONU y de la arquitectura económica y financiera internacional. Aborda los temas del desarrollo y de las desigualdades sociales en el marco de la actual crisis económica internacional, al tiempo que propone soluciones, basadas, sobre todo, en un cambio de mentalidad para afrontar el futuro y lograr un mundo más justo.
El Papa señala que los desequilibrios y la falta de justicia social que se dan hoy en día son el producto de la falta de ética y la instauración de una mentalidad egoísta que, durante años, ha incitado a las personas a buscar el propio provecho y autonomía.
"La exigencia de la economía de ser autónoma, de no estar sujeta a 'injerencias' de carácter moral, ha llevado al hombre a abusar de los instrumentos económicos incluso de manera destructiva", asegura el Pontífice. Además, con el pasar del tiempo, "estas posturas han desembocado en sistemas económicos, sociales y políticos que han tiranizado la libertad de la persona" y, precisamente por eso, "no han sido capaces de asegurar la justicia que prometían", concreta.
El mercado en sí mismo no tiene la culpa
Aún con todo, el Papa remarca que, en realidad, el mercado es sólo un instrumento y que, si bien "puede orientarse en sentido negativo" esto no es por culpa de "su propia naturaleza" sino de una "cierta ideología que lo guía en este sentido". "No se debe olvidar que el mercado no existe en su estado puro" sino que "se adapta a las configuraciones culturales que lo concretan y condicionan". Por lo tanto, lo que ha fallado no es tanto el mercado en sí mismo sino las "referencias egoístas" que lo han regido durante demasiado tiempo.
De hecho, según el Pontífice, la gratuidad está en la vida de las personas de muchas maneras, "aunque frecuentemente pasa desapercibida debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad", lamenta.
No obstante, "sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave", remarca.
Con todo, anima a la comunidad internacional a afrontar la situación con "confianza y esperanza", ya que, en cierto sentido, la crisis se convierte en una oportunidad para llevar a cabo la "renovación cultural" y el "redescubrimiento de valores de fondo" que necesita el mundo de hoy. Por lo tanto, conviene afrontar todas estas dificultades "de manera confiada más que resignada", puntualiza.
La globalización no es ni buena ni mala
A lo largo del texto, el Papa también habla de la globalización, que "a priori" no es "ni buena ni mala" sino que "será lo que la gente haga de ella", afirma. En este sentido, "oponerse ciegamente" a este fenómeno "sería una actitud errónea, preconcebida, que acabaría por ignorar un proceso que tiene también aspectos positivos".
Además se correría el riesgo de "perder una gran ocasión para aprovechar las múltiples oportunidades de desarrollo que ofrece", si bien es verdad que, "si se gestiona mal", el resultado puede ser el contrario, es decir que, en lugar de una redistribución de la riqueza "comporte una redistribución de la pobreza", advierte.
Por otro lado, considera erróneo, afrontar el problema del desarrollo imponiendo a la población políticas de control de la natalidad con las que, en algunos países, incluso, se obliga a las mujeres a abortar.
Por último, defiende el principio de subsidiariedad como el "antídoto más eficaz contra cualquier forma de asistencialismo paternalista" entre países ricos y pobres, al tiempo que lanza un llamamiento contra la corrupción que a veces sufren las ayudas internacionales.
En cuanto a las soluciones que deben llevar a instaurar un nuevo "camino", el Pontífice aseguró que están en volver a instaurar "los principios tradicionales de la ética social", tales como "la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad", pero también en dar espacio al "principio de gratuidad", a la "solidaridad" y a "la lógica del don" en las relaciones mercantiles.
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