Se trata de conseguir personas felices, empresas más sólidas y una sociedad sostenible
El pesimista se queja del viento; el optimista espera a que cambie; el realista ajusta las velas. Esta frase del matemático y teólogo William George Ward, define cómo debe ser nuestra actitud ante, ante las dificultades en el trabajo, y ante los problemas para conciliar vida laboral y familiar.
Debemos empeñarnos en ser Dueños de nuestro destino, así he titulado uno de mis libros escrito con Maruja Moragas. Para ello, es preciso analizar los elementos del entorno que dificultan nuestro desarrollo como personas: si damos demasiada importancia al bienestar, si tenemos alergia al sufrimiento, si sólo buscamos nuestro desarrollo intelectual, olvidando el personal, el emocional y el espiritual.
El progreso humano y espiritual ha dado marcha atrás frente a un progreso técnico y científico que no ha dado buenos resultados. Los poderes públicos tienen que legislar tanto para el hombre como para la mujer, como seres únicos e irrepetibles, y deben apoyar la institución familiar, verdadera generadora de capital humano.
Los empresarios deben convertirse en verdaderos líderes creadores de una nueva cultura más humana, de trabajo más flexible y familiarmente responsable. Y en las familias, todos juntos, deberán pensar de nuevo cómo organizarse para que cada uno aporte lo mejor de sí mismo.
Estamos cerrando las últimas páginas de un capítulo en la historia y hay que empezar uno nuevo en el que trabajemos para superar la disgregación y fragmentación personal, familiar y social. Se trata de empujar en sentido contrario: hacia la unión, la cohesión y la integración, a fin de conseguir personas felices, empresas más sólidas y una sociedad sostenible.
El siglo XXI saldrá adelante cuando recuperemos el saber vivir que pasa por que nos despeguemos de lo material, dejar el tener y volver al ser.