Ninguna actividad humana puede estar excluida de la moral; por supuesto, tampoco la economía
Gaceta de los Negocios
Todo texto de Doctrina Social de la Iglesia suele interpretarse desde la perspectiva de las ideologías políticas y económicas y, en particular, se discute si favorece al capitalismo o al socialismo. No es la perspectiva más profunda y relevante, pero no carece de interés. Desde luego, de suyo, la moral cristiana no propugna un determinado sistema económico, sino que los valora desde la perspectiva de la fe y de la dignidad humana.
La última encíclica de Benedicto XVI, Caritas in veritate, no es una excepción. Aunque reconoce que la Iglesia carece de recetas técnicas para superar la crisis y que no pretende entrometerse en la función de los estados, sí aspira a aportar su visión del hombre, a partir de la fe, para contribuir a su solución. El mercado no es un mal ni tampoco un bien absoluto e incondicionado.
Si uno lee el texto, queda más bien absuelto de culpabilidad sobre la crisis y sobre la terrible injusticia del mundo. Las principales reflexiones sobre esta cuestión se encuentran en el capítulo tercero de la Carta. El mercado es una institución adecuada si está sujeto a los principios de la justicia conmutativa y si existe confianza recíproca y generalizada.
Pero junto a la justicia conmutativa, la Doctrina Social de la Iglesia siempre ha destacado las exigencias de la justicia distributiva y de la justicia social. El mercado debe estar orientado al bien común, cuyo logro es responsabilidad fundamental de la comunidad política.
En definitiva, dice, el mercado es un instrumento, un medio, que puede ser utilizado mejor o peor, bien o mal: Es verdad que el mercado puede orientarse en sentido negativo, pero no por su propia naturaleza, sino por una cierta ideología que lo guía en este sentido. No es ni un bien ni un mal absolutos, pero es inocente, de suyo, de la responsabilidad que muchos le imputan en la actual crisis.
Por eso, no se deben hacer reproches al medio o instrumento, sino al hombre, a su conciencia moral y a su responsabilidad personal y social, sentencia la encíclica. El mercado es un conjunto de actividades humanas, y son éstas, y no aquél, quienes merecen una valoración moral.
Aunque el Pontífice reconoce que, ante la actual crisis, el papel de los estados es esencial y tenderá a aumentar, rechaza la reducción al binomio Estado-mercado. Junto a ellos, está la sociedad civil. En este sentido, quizá la enseñanza principal resida en la reivindicación del amor y la solidaridad; en suma, el principio de la gratuidad y la lógica del don.
Sin ellos, ni siquiera la justicia es posible. El mercado, pues, necesita de ellos; de algo que no puede dar por sí mismo. Pero, evidentemente, esto no entraña crítica ni rechazo hacia la economía de mercado. El mercado no es codicioso, tramposo o mendaz; lo son, en su caso, las personas. Lo mismo afirma de la globalización: hay que esforzarse para favorecer una orientación cultural personalista y comunitaria, abierta a la trascendencia, del proceso de integración planetaria.
Benedicto XVI considera que la actual crisis económica y financiera posee raíces antropológicas y morales, que van más allá de las soluciones meramente técnicas. Si el problema es antropológico y moral, la solución sólo puede ser antropológica y moral. Y en este aspecto reside la contribución, decisiva y fundamental, que el cristianismo puede aportar en este momento de la historia. Ninguna actividad humana puede estar excluida de la moral; por supuesto, tampoco la economía.
Ignacio Sánchez Cámara, Catedrático de Filosofía del derecho
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Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia