Los planteamientos laicistas se encuentran en este punto, como en tantos otros, ante un dilema
La Vanguardia
El Periódico comentaba, hace poco, que la historia sagrada (Caín, Abrahán, Isaac, etc.) impregnaba antes la vida cotidiana de los adolescentes y que "de esa presión ideológica [sic] hemos pasado ahora al relativismo laico", a "ahuyentar cualquier atisbo de reminiscencia religiosa".
Días después, Reyes Mate denunciaba, en el mismo rotativo, que la juventud española padece "un anacrónico analfabetismo religioso"; y que le preocupaba no "tanto la descristianización del país, sino la deshumanización de las nuevas generaciones".
Es innegable que los planteamientos laicistas se encuentran en este punto, como en tantos otros, ante un dilema. La pregunta es, en efecto, si puede el fenómeno religioso prescindir de su matriz religiosa y transformarse en puro fenómeno cultural; si pueden interesar a las nuevas generaciones, unas expresiones artísticas (Giotto, por ejemplo) producidas por convicciones que ya se consideran muertas.
El pasado domingo tuve ocasión de revisionar el insuperable documental de Al Pacino Looking for Richard (1996), que recrea el Ricardo III de Shakespeare e indaga por qué la juventud americana pasa por completo de Shakespeare. Los jóvenes entrevistados por Pacino consideran que ese drama es complicado, lento, engolado y sin sentido. Ya nada les dice la obra del dramaturgo inglés, y menos todavía la tragedia de la Casa de York. Falla el puente entre el XVI y el XXI y, por ello, Shakespeare les atrae menos que la extinción del lince ibérico.
Por analogía, Pacino nos ofrece pistas para comprender por qué es imposible que Moisés y David interesen, si se extinguen las convicciones religiosas. ¡Sin ellas, en efecto, qué me importan dicen los jóvenes Abrahán, Isaac, Jacob y otros beduinos del próximo oriente, que vivieron hace tres mil años y pico! Ni los entienden, ni les divierten, ni les interesan. Una cultura cristiana sin cristianismo es una utopía. Y entonces acecha la deshumanización, como temen los laicistas, y nuestro mundo se desnorta.