Gaceta de los Negocios
Vivimos en un mundo terriblemente injusto. Apenas es preciso enumerar algunos de sus rasgos. La miseria salta a la vista, incluso (o sobre todo) en el corazón de las sociedades más ricas.
Benedicto XVI acaba de publicar su tercera Carta Encíclica, titulada Caritas in veritate, es decir, La caridad en la verdad. La determinación de su asunto central carece de discusión, ya que es declarado por el Pontífice. Trata sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad.
Explícitamente también, el documento parte de la tradición de los documentos pontificios sobre doctrina social, muy especialmente de la encíclica Populorum progressio de Pablo VI.
Es también evidente que tiene siempre presente la contribución de la Iglesia a la solución de los problemas planteados por la actual crisis económica y financiera en un mundo global. Su profundo contenido teológico, filosófico y moral, aplicado a las grandes cuestiones sociales, no puede ser expresado en los límites de un artículo como este.
Aquí pretendo sólo plantear lo que me parece más hondo, verdadero y fundamental. Otra ocasión habrá para perdernos (o encontrarnos) en algunos detalles, quizá más llamativos para la opinión pública.
Si no me equivoco, lo más radical se encuentra en la vinculación entre el amor (o caridad) y la verdad. No se trata del amor a la verdad, sino del amor en ella y desde ella. Esto es, que no es posible el amor sino en la verdad y desde ella. Pero resulta que la caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Luego, no existe vía maestra, ni, por tanto, doctrina social, sin la verdad.
Los dos asuntos centrales de la doctrina social son la justicia y el bien común. Por lo tanto, no son posibles la justicia ni el bien común sin la verdad. Amor y justicia coinciden, pero no se identifican. Coinciden, en el sentido de que sin el amor no es posible llegar a la justicia. La justicia es sólo la primera vía de la caridad.
Por lo tanto, la caridad contiene a la justicia, pero va más allá de ella, la rebasa, porque no se limita a dar a cada uno lo que es suyo, sino a darle más, incluso lo que ya no le pertenece en justicia. La justicia es el mínimo del amor. El que ama es justo, pero también es mucho más que justo.
Entonces, todo remite a la cuestión de la verdad. Y siempre viene a la mente la conversación entre Cristo y Pilatos, y la pregunta del gobernador: ¿Qué es la verdad? Para un cristiano, la cosa ofrece pocas dudas: Dios es la verdad. Y Cristo, que es Dios, proclamó: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
La conclusión de lo anterior es que sin Dios no existe la verdad; sin la verdad, no es posible la caridad; y sin la caridad, no hay justicia ni bien común. Por eso, bien puede afirmar Benedicto XVI que sin los valores del cristianismo no es posible la construcción de una buena sociedad.
Y ahí reside la tragedia del humanismo ateo, de los ensayos, siempre fallidos, por cimentar la sociedad justa en el ateísmo. Cuanto más se aleja de Dios, más se distancia de su objetivo. La exclusión de Cristo y de su Iglesia de la vida social y política, sólo puede favorecer el imperio de la injusticia y la deshumanización.
Y no se trata sólo de reconocer y valorar la labor promocional y asistencial de la Iglesia, con ser inmensa. No es sólo eso. Es que un laicismo radical y su pretensión de construir la vida pública sin Dios, convierte en algo imposible la búsqueda de la justicia. La verdad nos hace libres. Y también prósperos.
En la Conclusión de su Encíclica, Benedicto XVI recuerda las palabras de Cristo: Sin mí no podéis hacer nada. Pero también estas: Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final el mundo. Y añade que el humanismo cristiano es la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo. Al contrario, la cerrazón ideológica a Dios y el indiferentismo ateo, que olvida al Creador y corre el peligro de olvidar también los valores humanos, se presentan hoy como uno de los mayores obstáculos para el desarrollo.
En definitiva, todo verdadero desarrollo humano es espiritual. Sin éste, no es posible el desarrollo material. Sin Dios, no hay justicia.
Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho
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