La doctrina católica no impone nada pero desea 'contribuir a la purificación de la razón'
La claridad de los textos del Papa no se debe sólo a la cortesía del filósofo, según la conocida expresión de Ortega. Refleja palabras profundamente meditadas. Y, sin duda, el mundo sufre demasiadas mentiras. Se habló en su día de la falacia del marxismo, que ilusionó en el sentido mágico del término a generaciones de intelectuales, mientras hacía imposible el progreso en la Unión Soviética, porque destruía la confianza entre los hombres.
Últimamente, se ha repetido hasta la saciedad la necesidad de recuperar la confianza: prueba del engaño en estructuras, praxis y promesas financieras y económicas. Se comprende la importancia que el Papa Benedicto XVI quiere dar a valores centrales, indispensables para resolver problemas humanos básicos, que afectan a todos en una globalidad en crisis.
La presentación de la encíclica pontificia, en vísperas de la reunión del G-8 en LAquila, le confiere particular actualidad. Para el diario Le Monde, Benedicto XVI enlaza con el compromiso social de sus predecesores. No es exacto, pues ya en la primera Deus caritas est, 2005, recordó las bases teológicas de la actividad asistencial realizada por la Iglesia desde sus comienzos.
Y destacó el origen histórico y el desarrollo progresivo de la doctrina social católica, que en 2004 fue presentada de modo orgánico en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, del Consejo Pontificio Iustitia et Pax.
Tras el desvanecimiento del sueño marxista, en la difícil situación en la que nos encontramos hoy, a causa también de la globalización de la economía, la doctrina social de la Iglesia se ha convertido en una indicación fundamental, que propone orientaciones válidas mucho más allá de sus confines: estas orientaciones (
) se han de afrontar en diálogo con todos los que se preocupan seriamente por el hombre y su mundo. Dejó claro también que el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política. Con el Concilio Vaticano II, reconoce la autonomía de las legítimas realidades temporales.
La doctrina católica no impone nada pero desea contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que lo que es justo, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto también en práctica. Aunque no es tarea de la Jerarquía asumir empresas políticas ni sustituir al Estado, no está al margen de la lucha por la justicia.
Son principios clásicos que invitan hoy a una lectura atenta y reposada de la encíclica Caritas in veritate.