Los grandes disparates del pasado siglo se han hecho en nombre de la ciencia
ABC - Sevilla
No sé si una imagen vale más que mil palabras, pero no tengo la menor duda de que un dibujo humorístico puede decir mucho más que muchos artículos de opinión. El de Máximo en ABC me lo recordó con creces. Cuando lo vi ya tenía pensado estrenar esta oportunidad de torear con burel ajeno, como quien hace un quite sin ganas de fastidiar.
Pensaba hacerlo como está mandado: citando desde los medios; o sea aprovechando alguna sesuda reflexión leída por aquí o por allí. Así lo haré más de una vez aprovechando la oportunidad que tan amablemente se me ha brindado. No descarto que se repita incluso este sentirme, como hoy, tentado por quien da que pensar dibujando.
Hay gente tan antigua como para seguir empeñada en que la ciencia está reñida con el convencimiento. No se dan cuenta de que están convencidos de algo tan tonto como que no hay más racionalidad que la de la ciencia, o de que nada más irracional que estar convencidos de algo. Que no se ven en el espejo, vamos...
Menos mal que hace ya tiempo que leí a Kuhn; nada más racional sin duda que leer, así nos va... Yo andaba convencido de que los científicos eran gente seria y no como los filósofos que viven de no estar seguros de nada. Hasta que me enteré de que existía la filosofía de la ciencia. Resulta que una ciencia es un conjunto de afirmaciones de las que están convencidos los que se dedican a ella; o sea un paradigma, para no entendernos...
El que no esté convencido de algo lo mejor que puede hacer, sin necesidad de ser Wittgenstein, es callarse. Para lo que hay que tener mucha cara es para pretender que se callen todos aquellos que parezcan estar convencidos de algo.
Sustituir la búsqueda de una verdad, que no se pliega a nuestras entendederas, por un ponerse de acuerdo en lo que se tercie no parece muy racional, pero todo es superable. El colmo es proponer un consenso fraguado sólo entre los que acrediten que lo que van a proponer no creen que sea verdad; vamos que no se lo creen ni ellos. El asunto promete.
La ciencia hace unos siglos que nos sacó del mito. La razón fue dando sus frutos y pudimos vivir con más dignidad y con más confort. Pero ahora algunos parecen empeñados en pasarse de rosca y están convirtiendo a la ciencia en mito. Los grandes disparates del pasado siglo, desde el nazismo al marxismo, se han hecho en nombre de la ciencia.
En nombre de sus progresos se ha convertido a seres humanos en jabón (se sigue haciendo, y casi nadie dice nada...). En nombre del socialismo científico se obligó a vivir sin dignidad, y Bloch tuvo que cambiar una Alemania por otra para poder decir algo. No es extraño que intelectuales tan dispares como el exmarxista Habermas y el excardenal Ratzinger estén de acuerdo en que la única manera de salvar a la Ilustración es hacer entrar en razón (o sea, en conciencia) a la ciencia.
Quien no admite que se puede equivocar no puede ser científico; para serlo, ya lo decía Popper, hay que decir algo que se pueda demostrar que es falso. Pensar que esto es incompatible con estar convencido de que lo que se dice es verdad es una grave equivocación. Quién esté convencido de que nunca llegará a la verdad no se molestará en hacer ciencia. Pensará que son ganas de perder el tiempo y acabará tirando por la calle de en medio.
En la ciencia, como en cualquier proceder racional, nada peor que confundir valor con precio. A la ciencia la están envileciendo los que se empeñan en medirla por su utilidad. Lo importante no sería qué nos llevará a conocer sino para qué podrá servir. Desde ese absurdo punto de vista, quedará muy claro que tener convicciones habrá que considerarlo poco científico; porque las convicciones, si no las ponemos en venta, no sirven para nada...