El gran legado es la personalidad de los hijos que dejamos atrás
LaIglesiaEnLaPrensa.com
En los últimos días, la prensa (sobre todo de Estados Unidos) ha informado ampliamente de las desaventuras matrimoniales del gobernador de Carolina del Sur, Mark Sanford. Su mujer, Jenny, le puso de patitas en la calle, como primera medida, cuando descubrió la existencia de una amante. El gobernador admitió su traición públicamente en una rueda de prensa.
Si cuento esto no es para incrementar el gossip, sino porque me ha llamado mucho la atención las declaraciones de Jenny, a quien algunos medios califican como la heroína de esta historia.
Nacida en Chicago, en el seno de una familia católica de origen irlandés, Jenny dejó una brillante carrera en Wall Street para casarse con Mark, hace casi 20 años. En este tiempo ha sido capaz de criar a cuatro hijos y ser la principal estratega de las campañas políticas de su marido, que pasó a la política cinco años después de su boda.
En las declaraciones a las que me refiero (que vale la pena leer por entero), Jenny afirma que ama a su marido y que desea perdonarlo por completo, en su momento, si él continúa también haciendo esfuerzos por la reconciliación en un espíritu de verdadera humildad y arrepentimiento.
Añade que si le pidió a su marido que se fuera era porque habían llegado a un punto en el que consideré que era importante mirar a mis hijos en los ojos y mantener mi dignidad, autoestima y sentido de lo que está bien y lo que está mal. Personalmente creo que el principal legado que dejaré atrás en este mundo no es el trabajo que realicé en Wall Street, ni las campañas que organicé para mi marido, ni la ocupación como Primera Dama [de Carolina del Sur] ni tan siquiera las actividades filantrópicas en las que he estado involucrada. El gran legado es la personalidad de los hijos que yo, o nosotros, dejamos atrás.
Ante afirmaciones como esta y otras que también hace yo me quito humildemente el sombrero.