Selección de textos recogidos por CitasDeLaCasa.blogspot.com, del libro de Raúl Williams El Hombre del Huracán, Centro de Estudios Bicentenario, 3ª Edición, Santiago, 2007
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Para defender el aborto suele argumentarse que las mujeres son dueñas de su propio cuerpo y, por tanto, pueden hacer con él lo que quieran. Sin embargo, ningún ser humano es dueño en plenitud de su cuerpo: le fue dado un día, deberá devolverlo con la muerte y dar cuenta de él ante Dios. (Pág. 179)
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La paternidad responsable tiende a veces a hacerse sinónimo de un control más mitigado de la natalidad, que se traduce en un tener pocos hijos. Parecería que la manoseada responsabilidad aumenta en la misma proporción en que la paternidad disminuye. (Pág. 195)
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La anticoncepción se gesta en una mentalidad egoísta, cómoda y hedonista. (Pág. 207)
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Todo método de control de la natalidad se traduce en una instrumentalización del propio cuerpo y del otro cónyuge. Con estos procedimientos se exalta la dimensión placentera inscrita por Dios en el uso de la sexualidad, al mismo tiempo que se rechaza y elimina su virtud procreativa. (Pág. 208)
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Se afirma en ocasiones que la continencia periódica separa a los cónyuges ya que el amor tiene una cierta espontaneidad y no puede ceñirse a períodos rígidos. La realidad muestra lo contrario: cuando hay serios y justos motivos, la continencia periódica resulta perfectiva y unitiva para los casados cuando ambos la asumen amorosa y sacrificadamente. Potencia entre ellos el afecto mutuo al no circunscribir la relación matrimonial a lo meramente sexual. La comunicación se incrementa entre marido y mujer acerca del dinamismo sexual y procreador de la esposa; fortifica y acrecienta el respeto del varón hacia su mujer, ya que será ella que marque la pauta en las relaciones conyugales; determina las circunstancias de la nueva vida, permitiendo que el futuro hijo sea más intensamente querido; deja la conciencia de los cónyuges en paz; consigue muchas bendiciones de Dios; permite el triunfo del amor generoso sobre toda instrumentalización egoísta. (Pág. 211)
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El que cada uno pueda tener su concepto de bien hace difícil la determinación del bien objetivo. Es un hecho que hay diversos conceptos de bien y que incluso han sido intelectualizados de manera diferente. El utilitarismo estima que el bien es lo que es útil y beneficioso para el propio interés; el hedonismo lo entiende como lo que reporta placer y deleite; el formalismo kantiano lo circunscribe al cumplimiento del deber a secas; la fenomenología lo percibe como lo que es valioso para la necesidad propia; la ética aristotélica lo plantea como un bien que es apetecido por sí mismo, sin instrumentalización alguna, como objeto propio y último de la voluntad, en la búsqueda virtuosa de la vida feliz. El cristianismo lleva a su plenitud el planteamiento aristotélico agregando la subordinación del hombre y de su obrar a Dios; la relación entre el bien moral de los actos humanos y la vida eterna; el seguimiento de Cristo que conduce al amor perfecto; y el don del Espíritu Santo, fuente y fuerza de la vida moral del hijo de Dios. (Pág.221)
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El bien real siempre perfecciona al hombre y a sus facultades, potencia lo humano, alegra y colma de sentido la vida humana. Un bien objetivo por el cual valga la pena morir es el único verdadero bien que sirve para vivir. (Pág. 222)
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Las exigencias del orden sobrenatural, no se pueden conocer sin la fe, ni vivir sin la gracia. (Pág. 223)
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La moral natural tiene por fin que el hombre resguarde su dignidad humana, mientras que la moral cristiana apunta más allá: a la grandeza operativa propia del hijo de Dios. (Pág. 223)
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Mientras menos formación doctrinal tengan las personas se produce más la confusión entre lo natural y lo espontáneo, por una sobrevaloración del sentimiento y de los impulsos en desmedro de la razón y la verdad. (Pág. 231)
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La moralidad surge cuando el hombre apoya y secunda lo humano que hay en él, ese mejor al que debe tender. (Pág. 236)
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El error y el mal siempre ahondan el vacío personal. (Pág. 240)
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La moral de Cristo es una moral de actitudes en la que no interesa un contenido ético específico, sino el Espíritu de Jesús. (Pág. 245)
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