Gaceta de los Negocios
La hipocresía está muy presente en la política y, en general, en la vida social. Tanto por ser invocada, para criticar al adversario, como por ser practicada. Es muy frecuente invocarla para criticar o rechazar las posiciones ideológicas o morales del hipócrita. Pero la flecha dialéctica resulta de plástico argumental y, además, yerra en el blanco.
Quisiera aquí comentar su absoluta falta de valor como argumento para juzgar ideas y creencias, valores y convicciones. En este sentido, su valor dialéctico es puramente ad hominem. Califica a la persona, pero no califica ni descalifica sus ideas.
Con ella, podemos censurar moralmente a una persona, pero nada decimos ni a favor ni en contra de la corrección o validez de sus creencias y sentimientos, ya sean los auténticos o los fingidos. En definitiva, que no prueba nada, salvo, en su caso, la falsedad moral de quien la practica. Y, muy probablemente, también su cobardía.
En realidad, la hipocresía es una forma de mentira sobre uno mismo, un fingimiento acerca de las propias cualidades o sentimientos. Así lo decanta el Diccionario de la Academia Española al definirla como fingimiento de cualidades o sentimientos morales contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan.
Puede ser correcto lo que se finge o lo que, de hecho, se asume. Lo normal es que sea lo primero. De ahí que se hable de la hipocresía como del tributo que el vicio rinde a la virtud. Sería extraño aparentar o fingir lo que es inmoral o la mayoría estima como tal. Lo normal es fingir la virtud.
Precisamente por eso, la hipocresía está más cerca de probar la verdad o nobleza o bondad de lo fingido que lo contrario. Es tan grave vicio moral la hipocresía, que Cristo dedica a los hipócritas algunas de sus más duras reprobaciones. Pero lo equivocado es fingir cumplir la ley, no la ley misma.
Abunda una especie de dispensador de razones y sinrazones a diestra y siniestra, para quien la verdad coincide casualmente con sus tópicos equidistantes, que pretende situarse más allá del bien y del mal, o incluso ser el oráculo de ambos, y que, por ejemplo, exhibe su pretendida y mesurada sabiduría, argumentando que, en muchas cuestiones morales, por ejemplo, el aborto, la izquierda es desatinada, mientras que la derecha es hipócrita.
Más allá de la simplificación inherente a casi toda generalización, más allá de la evidente falsedad de tan nada matizada afirmación en este caso, y, por lo tanto, de su injusticia, lo cierto es que un argumento semejante nada prueba a favor o en contra de la inmoralidad del aborto. Más bien, parece entrañar, unido al relativo a la izquierda, que se trata de la posición correcta. Lástima que sus defensores no prediquen con el ejemplo.
La hipocresía, por ejemplo, de un defensor de la fidelidad conyugal que, en su interior, la desprecia, y en su exterior (e interior) la conculca, nada prueba contra el valor de la fidelidad. Lo mismo cabe decir de las acusaciones de hipocresía que viajan de la derecha hacia la izquierda.
El igualitario de boquilla, que predica el socialismo, pero, en su interior, lo desprecia y practica lo contrario, merece reproche moral, pero su conducta es inane para defender o refutar el socialismo. Más bien parece presentarlo como algo bueno o valioso.
Por lo demás, tampoco es correcto calificar como hipócrita a quien no vive exactamente de acuerdo con sus convicciones morales, siempre y cuando no finja hacerlo. Incumplir en algún caso lo que uno considera su deber, por debilidad o flaqueza o cualquier otro motivo, no lo convierte a uno en hipócrita.
En conclusión, lo que experimenta o profesa el hipócrita o lo que aparenta experimentar o profesar es irrelevante para determinar su valor de verdad. Otra cosa es, y muy relevante, que la proliferación de hipócritas en el seno de un grupo o institución entrañe un grave mal para él y le inflija un gran daño. Pero no para los valores morales que asume o defiende.
La hipocresía entraña la falta de sinceridad sobre las propias cualidades y sentimientos morales. La acusación de hipocresía es un grave reproche moral, pero no es un argumento.
Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho
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