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Se ha introducido, por indicación de la Conferencia Episcopal Española, una petición en la oración de los fieles de la Misa que es una manifestación pública, clara y nítida, en defensa de la dignidad humana.
Dice así: Para que los cristianos nunca nos desanimemos en la defensa del don de la vida desde su concepción hasta su término natural, las familias transmitan con firmeza y amor el Evangelio de la vida, los gobiernos protejan eficazmente este derecho fundamental, y la humanidad entera logre desterrar los fermentos del egoísmo y de la muerte. Roguemos al Señor.
No es la defensa de la vida, desde su concepción hasta su muerte natural, una cuestión ideológica sino que se fundamenta en la dignidad humana que, entre otras muchas cosas, busca la verdad del hombre, especialmente cuando él es el protagonista.
Tengo que agradecer la entrevista al Dr. Nombela que le hacen en La Gaceta de los Negocios. Sus palabras me han parecido claras y sus respuestas contundentes. Ha tenido la valentía de decir en referencia al cigoto y no sólo al feto de varias semanas que posee total dignidad humana. Al profesor Nombela le conozco desde finales de los sesenta, cuando hacíamos juntos la Tesis doctoral en Salamanca y eso me honra, pero más lo hacen sus palabras.
Le preguntan: cuándo empieza la vida y afirma que desde que se forma el cigoto; y al peguntarle: ¿Y qué dice de asociarle una dignidad?, afirma sin contemplaciones y desde su saber científico: La ciencia muestra que la vida de cada individuo comienza con la concepción y que es un proceso continuo, que no hay nada que marque un antes y un después. El individuo no existiría sin esa fecundación. A mucha gente le puede costar dar a ese comienzo el mismo valor que al feto de catorce semanas o a un recién nacido o a un adulto, pero la ciencia muestra de manera inequívoca que ese proceso continuo ha dado lugar a la vida de todos nosotros.
Con frase fuerte y gráfica lo dijo el Cardenal Castrillón en su día cuando afirmó que Cristo también pasó por la fase de embrión. La fe cristiana nunca lo ha dudado. El mayor de sus misterios después de la Trinidad de Personas es la Encarnación del Verbo.
En su peregrinación mariana a Mariazell (Austria), en septiembre de 2007, Benedicto XVI, en un breve encuentro con el mundo político dijo: quiero hablar un poco de esta realidad que es Europa, de las raíces cristianas de Europa, del camino que conviene tomar. Después se entretuvo en relatar que el camino a tomar era el del diálogo.
Hay que respetar la grandeza del hombre, su dignidad humana. El diálogo humano es una premisa cristiana. Cristo, la Palabra hecha Hombre, habla, escucha, razona, dialoga, hace suyo lo correcto de otros, corrige con dulzura de madre y, en ocasiones, lo hace con la seriedad de un buen padre.
Esas raíces cristianas han llevado a la Iglesia católica a no quedarse de brazos ante el relativismo reinante que todo lo relativiza. Las elecciones europeas, globalmente vistas, registran la mayor abstención vista en su corta historia, pero los obispos no han dejado de manifestar la importancia de hacerlo. Así, la Comisión de Episcopados de la Comunidad Europea, manifestaron en un documento emitido que todo cristiano tiene, no solamente el derecho, sino también la responsabilidad de comprometerse activamente en este proyecto ejerciendo su derecho de voto. Y lo habrán hecho.
De los ocho aspectos que desarrolla el documento dos de los innegociables son: el derecho a la vida y la defensa de la familia. Se echa en falta otro aspecto innegociable como es el de la libertad de educación de los hijos. El Papa había ya dicho y dejado escrito: tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común. Estos valores no son negociables [1].
Las elecciones europeas han tenido lugar en la Solemnidad de la Santísima Trinidad, el domingo 7 de junio y Benedicto XVI ese día, rompedor como siempre, hizo una alabanza a la dignidad humana jamás vista con una analogía muy impactante. El Papa Benedicto XVI dijo que el ser humano lleva en su propio genoma la huella profunda de la Trinidad y aseguró que la prueba más fuerte de ello es que sólo el amor le hace feliz.
La primera expresión del amor consiste en regalar. Dar sin esperar nada. La manifestación del infinito amor del Padre y el Hijo es el Amor sustancial, la Tercera Persona divina que es Causa de todo don. Venimos a la existencia como fruto del Amor de Dios y a alcanzar la intimidad divina nos conduce este Don-Amor, si nos dejamos conducir por Él. Como de Él procedemos a Él nos parecemos.
El hombre ha sido creado por amor, para amar, para despertar amor y para ser amado. ¡Por eso nos parecemos tanto a Dios que es Amor! Qué bien lo decía el Papa ese día: La prueba más fuerte de que estamos hechos a imagen de la Trinidad es ésta: sólo el amor nos hace felices, ya que vivimos para amar y ser amados. Usando una analogía sugerida por la biología, podemos decir que el ser humano lleva en su propio genoma la huella profunda de la Trinidad, de Dios-amor.
Ya Juan Pablo II había dicho algo semejante con un estilo diverso al del Papa actual. Así decía: El hombre muestra ser renovado en el Espíritu cuando aprende a seguir el camino del nuevo mandamiento que os améis los unos a los otros, como yo os he amado. Se puede afirmar que, en cierto sentido, el amor es el DNA de los hijos de Dios; es la vocación santa con la que hemos sido llamados según su propósito y su gracia, gracia que nos fue dada en Cristo Jesús, antes de los tiempos eternos y manifestada en el presente por la aparición de nuestro Salvador, Jesucristo [2].
Pedro Beteta López. Doctor en Teología y en Bioquímica
Notas al pie:
[1] Cfr. Sacramentum caritatis, 22-02-2007.
[2] Cfr. Mensaje para la Jornada mundial de la oración por las vocaciones, 6-V-2001
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