Ningún materialismo garantiza el desarrollo integral del hombre
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Cuando José Apezarena me invitó a colaborar en su nuevo proyecto informativo, me vino a la memoria la frase atribuida a André Malraux: el siglo XXI será religioso, o no será. Muchas veces he leído la cita, pero no la fuente.
Incluso, según el antiguo director de Le Monde, André Fontaine, el primer ministro de Cultura en la Francia del general De Gaulle negaba haber hecho esa profecía, que consideraba ridícula. Pero en modo alguno lo es.
El siglo XX amaneció con grandes esperanzas, fundidas con la fe en el progreso perenne e irreversible de la humanidad, fruto de la Ilustración. Los avances científicos y técnicos fueron en verdad impresionantes.
Pero nadie sospechaba que el siglo se saldaría con dos grandes guerras y con las barbaries antihumanas del nazismo y el comunismo. Las Luces no alumbraron un hombre nuevo, sino masas cautivas de Hitler y Stalin.
La tentación marxista alcanzó incluso a la teología católica en los años cincuenta, cuando se promovió el diálogo en Alemania. Luego, desde la Asamblea de Medellín en 1968, se extendió dentro y fuera de América latina el mito de una revolución cristiana, liberadora de los pueblos oprimidos, en pacífica alianza con el marxismo. Evangelizar era casi predicar y aplicar una praxis anclada en una interpretación de la enseñanza de Cristo desde categorías acuñadas por Marx y Lenin.
El tema estaba muy presente en el Sínodo de Obispos de 1974. Pablo VI designó como relator doctrinal al Cardenal Karol Wojtyla. Le conocí entonces y le pregunté en una entrevista. Con un gesto de pillería, el Arzobispo de Cracovia respondió que las ideologías no dialogan. El diálogo sólo se da de persona a persona.
Me explicó que en Polonia los católicos procuraban ser prudentes, para no acogotar a intelectuales marxistas honrados, como Adam Schaff: al partir de la colectividad como eje de la historia, no podían encontrar el puesto de la persona en el pensamiento y en la vida, y carecían de respuestas a problemas humanos radicales como el dolor o la muerte. Si se forzaba el diálogo con ellos, acababan en la herejía dentro del marxismo o en la disidencia.
En esa conservación, salieron temas que hoy son bien conocidos, tras su largo pontificado. Los sistemas dominantes, al fundar la liberación del hombre en conquistas dentro del mecanismo producción-consumo-producción, contribuirían de hecho a una más profunda alienación humana.
Ningún materialismo garantiza el desarrollo integral del hombre, porque los problemas humanos van más allá de sus dimensiones técnicas. Lo subrayaba René Girard, también con el argumento de la insólita popularidad de un Pontífice anciano en lugares tan distintos como Sydney y París.
Juan Pablo II inauguró su pontificado en 1978 pensando en el nuevo milenio, y pidiendo a personas y sistemas que no tuvieran miedo y se abrieran a Cristo. La cuestión clave sigue estando hoy en la apertura a la verdad, frente al pensamiento débil, compatible con lo políticamente impuesto y la dictadura del relativismo. Se comprende la insistencia de Benedicto XVI en la caridad y en la esperanza: en la necesidad de mirar a Cristo y confiar en Él.