A los ciudadanos asiste todo el derecho de exigir a sus representantes que sean íntegros y de conciencia recta
La Vanguardia
Juan Pablo II declaró a Santo Tomás Moro, lord canciller de Inglaterra, patrono de los gobernantes y políticos el 31 de octubre de 2000.
De Moro, decapitado por no traicionar sus convicciones cristianas, se cuenta un sucedido, cuando administraba justicia en Londres. Una vez condenó a un lord, dando la razón a una viuda rica. Poco después, la viuda se presentó en su casa, para obsequiarle con un par de guantes repletos de angelotes de oro.
Sir Tomás, sonriendo, los vació y dijo: Señora, sería falta de galantería despreciar el regalo de Año Nuevo de una dama. Me contento con los guantes.
Sobre este tema de los obsequios, Diario de Navarra ha publicado un editorial excelente, titulado: Regalos sustanciosos y menores a políticos, una cuestión que está de actualidad, por distintos motivos.
Después de recordar que en EE.UU un ministro fue obligado a dimitir por aceptar una alfombra, el diario concluye: Bastaría prohibir a todos los cargos públicos (de partidos políticos) y aún orgánicos recibir el menor obsequio y controlar la asepsia de las invitaciones. Sería hermoso desterrar el gratis total y que los cargos públicos echaran mano al bolsillo y pagaran la entrada.
Al declarar a Tomás Moro patrono de gobernantes y políticos, Juan Pablo II no sólo buscaba un intercesor en el cielo, para quienes se dedican a gestión tan importante y delicada.
Llamaba la atención sobre las cuestiones éticas que deben presidir la función pública cotidiana, entre las cuales la ahora señalada: ni por asomo el hombre público debe dar sensación de parcialidad, injusticia, cohecho o soborno.
A los ciudadanos asiste todo el derecho de exigir a sus representantes que sean íntegros y de conciencia recta. Y que no sólo lo sean, sino que lo parezcan.
Insisto en algo que dije hace tiempo: la ética y la moral deben impregnar y orientar la vida económica y política. Con desaprensivos, listillos e imprudentes, las cosas irán mal. Y con encubridores, todavía peor.