Claro que se puede tener hijos y trabajar de sol a sol, pero educarlos es otra cosa
ElMundo.es
Será casualidad, pero el pasado fin de semana un diario nacional dedicaba su suplemento a Elena Salgado y con ella otras ocho mujeres que, cercanas a los 60, "tocan la cima" en sus respectivos ámbitos laborales. De las nueve, siete estaban divorciadas y una soltera. Cinco habían tenido uno o ningún hijo. Sólo una tenía familia numerosa.
No son una muestra muy amplia, pero sí significativa. La conquista del momento en el que ellas se incorporaron al mercado de trabajo era poder hacerlo. El desafío ahora es otro: hacer esa incorporación compatible con la familia.
En la generación de las que ahora tienen treinta y cuarenta y tantos hay talento. La mayoría son hijas de mujeres que no tuvieron la oportunidad de estudiar e insuflaron en sus hijas la importancia de hacerlo, de ser independientes, de labrarse una carrera.
Su condición de mujeres no les ha supuesto en general un obstáculo a la hora de encontrar trabajo. Pero, eso sí, han tenido que demostrar que su disponibilidad era tan absoluta como la de sus compañeros. Iguales en todo.
Y ahí empieza la frustración. Resulta que no somos tan iguales. Y las empresas lo que quieren son trabajadores sin distinciones ni particularidades. Esto son lentejas.
Claro que se puede tener hijos y trabajar de sol a sol, pero educarlos es otra cosa. La presencia es imprescindible. Se puede currar hasta las ocho, las nueve o las diez de la noche para enviar a los hijos un fabuloso colegio. Pero luego hay que hacer frente a la cruda realidad, y es que esos chavales pasan más horas al cuidado de personas sin formación ni vínculo emocional con ellos que en el centro escolar.
Nos vendieron la memez ésa del "tiempo de calidad", diciéndonos que no importa la cantidad de horas que estés con tus hijos, sino que esos 15 minutos diarios estés de verdad. Prueben entonces a decirle a su jefe que mañana no van a ir a currar ocho horas sino tres, pero que, eso sí, la calidad de ese tiempo será insuperable. A ver qué pasa.
Las iniciativas de los políticos para hacer frente a este problema de la conciliación producen risa floja. Por ejemplo, ahora se proponen prorrogar el permiso de paternidad hasta un mes. Y eso, ¿de qué sirve? Como si con un mes de edad los hijos ya se fueran a independizar para ir a la Universidad.
Parece que el objetivo es aliviar la culpabilidad que sienten muchas mujeres a base de transferírsela a los hombres. Mejor sería que dejaran las políticas de laboratorio y se dieran un paseo por la calle.
Cada vez son más las mujeres que, si se lo pueden permitir económicamente, dejan de pelear y vuelan. Primero a su casa y, desde allí, algunas, a buscar una actividad profesional más flexible con la que puedan aportar algo a la cuenta familiar y a la sociedad sin dejarse la infancia de sus hijos en el intento. Las empresas de momento no ven en esa fuga un problema, y en tiempos de crisis hasta lo consideran una ventaja.
Pero en algún momento la sociedad se dará cuenta de que perder buena parte de ese 50% de capital humano cualificado en el que se ha invertido tanto esfuerzo y medios es un desperdicio y merecerá la pena buscar fórmulas alternativas de trabajo.