Las Provincias
En uno de esos libros de citas, utilizados para aparentar erudición, encontré esta de autor anónimo: «Los grandes espíritus siempre encontraron la violenta oposición de las mentes mediocres». Quizás este es el caso de muchas críticas a la Iglesia católica y al Papa, aunque es difícil conocer si las invectivas proceden de la mediocridad, ignorancia, mala fe o son el pobre fruto del tópico o del sensacionalismo para consumo del público al que se dirigen.
Un caso de libro es el del último viaje del Papa a África. Una pregunta sobre el sida, y la respuesta papal, es lo que ha quedado a muchas mentes de un viaje agotador, lleno de encuentros y logros, de transmisión de esperanza y cariño. Nadie allí se quejó de la respuesta papal.
Benedicto XVI respondió: «Diría que no se puede superar este problema del sida sólo con eslóganes publicitarios. Si no existe el alma, si los africanos no se ayudan, no se puede resolver el flagelo con la distribución de profilácticos: al contrario, el riesgo es que aumente el problema».
A partir de ahí, se ha dicho de todo. Desde una resolución del Parlamento belga que insta a su gobierno a condenar las palabras del Pontífice, hasta un grupo minoritario del Parlamento español que intenta no ser menos.
Todo coreado por algunos medios que han reducido el viaje papal a titulares de este estilo: «Ratzinger dice que el uso del preservativo agrava el problema del sida», «El Papa y su abominable campaña antisexo», «Miles de personas morirán por seguir las consignas de Ratzinger», «El Papa pone en peligro la salud de millones de personas», etc. Ya se ve que no hay alma ni fondo en estas frases.
Ni el Papa dijo tal, ni es el resumen de un viaje lleno de amor, incluido el tema de la citada dolencia, para cuyos enfermos solicitó atención sanitaria gratuita, llamó a los africanos a la responsabilidad del amor fraterno y recalcó la necesidad de cuidar a los aquejados, trabajo del que en buena parte se encarga la Iglesia católica. Eso apenas llegó al público europeo.
Por otro lado, es obvio que ni el problema del sida, ni ninguno otro, se resuelve con preservativos, ni siquiera con leyes. Es necesario ir al fondo, educar a los jóvenes en la responsabilidad, procurar que los africanos se ayuden, y ayudarles, como dice el Papa en la misma respuesta.
No me resisto a otro titular: «El Papa miente y violenta los derechos humanos universales». La verdad es que yo no sabía del derecho humano al preservativo. Sí sé curiosa coincidencia que en los países africanos, a mayor proporción de población católica, hay una clarísima menor difusión de la enfermedad. Si nuestra ayuda son profilácticos, mal van los africanos.
Un comentarista ha aprovechado para advertir lo que llama obsesión eclesiástica por reducir la fe a la regularización de la sexualidad. Siento comunicarle que no padecemos esa obsesión y que siempre es positiva la visión cristiana del sexo: para amar más y mejor, aunque implique renuncias, que son ganancia. Me parece que la obsesión está más bien fuera de los muros de la Iglesia, desde los que se ve este único asunto, como si el fin de la fe no fuera la identificación con Cristo, a la que se ordenan los mandamientos y toda la vida de la Iglesia.
La castidad es una virtud importante, pero no es la única ni la primera. Por otro lado, el verdadero delito contra la salud pública (era otro titular) lo cometen quienes promueven un sexo libre, sin orientación alguna, sin formación, dirigido sólo el gozo pasajero y sin conocimiento de las consecuencias.
El ataque a millones de personas procede más bien de los que ven en la goma la solución de todo. Luego llegan muchísimos efectos no deseados, incluidos los hijos. Pero se abortan y en paz. Platón que no era católico, como es obvio escribió: «El hombre es un auriga que conduce un carro tirado por dos briosos caballos: el placer y el deber. El arte del auriga consiste en templar la fogosidad del corcel negro (placer) y acompasarlo con el blanco (deber), para correr sin perder el equilibrio».
Es indudable que hay muchos otros placeres que no son el sexual, como también es cierto que muchos pierden el equilibrio.
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