Lo que hizo Jesús Neira merece muchos elogios, pero también lo que hacen otros a diario
Gaceta de los Negocios
Nuestro héroe de hoy se llama Jesús Neira, catedrático que trató de impedir que un energúmeno siguiera agrediendo a su esposa, por lo que recibió un puñetazo que cuatro días después le provocó un gravísimo derrame cerebral, del que felizmente ya se está recuperando.
Vaya por delante que me parecen pocos los homenajes y premios que reciba este ciudadano por hacer algo que, por otra parte y según él mismo declaró, hubiera hecho cualquier persona decente.
A Jesús Neira ni se le pasó por la cabeza que, al entrometerse en el pleito, estaba arriesgando la vida. Viendo las imágenes del suceso y leyendo lo que contaron los testigos, confirmo mi suposición. Lo cual no impide, insisto, que celebre, elogie, ensalce, loe y aplauda el gesto del catedrático y todos los reconocimientos que le tributen los poderes públicos.
Ahora bien, existiendo en España tantísimos ejemplos cotidianos de sacrificio constante de unos ciudadanos en beneficio desinteresado de otros, me pregunto si detrás de la unánime ovación mediática a Jesús Neira no se oculta un gran interés político para ser más precisos, ideológico por convencer a la sociedad de que el problema social más grave que existe hoy en el país es la violencia de género
Muchos ya lo creen así, lo cual no me extraña viendo el eco que recibe esta lacra en los medios y los millones que invierte el Gobierno en publicitarla. Pero, ¿acaso la violencia de género resulta más preocupante que, por citar una realidad más cercana al ciudadano medio, las condiciones de miseria en las que viven decenas de miles de inmigrantes en nuestras ciudades, a veces mucho más cerca de nosotros de lo que imaginamos?
Repito que Jesús Neira se merece no sólo uno, sino cien homenajes, pero la dimensión que ha adquirido su hazaña sirve también para resaltar la escandalosa deuda de gratitud que la sociedad tiene pendiente con otros ciudadanos anónimos tan ejemplares, y en algunos casos más, que el héroe del momento.
Pienso en las personas voluntarias que conviven con drogadictos o enfermos de sida, o en los que atienden los hoy cada vez más numerosos comedores sociales, o en los que acompañan a mujeres maltratadas y amenazadas, o en los misioneros que permanecen en África siendo absolutamente conscientes, estos sí, de que se juegan la vida a diario. Y ahí siguen, a pesar de todo, trabajando en silencio.
Insisto en que España está en deuda con Jesús Neira. Pero mucho más con quienes en su día tomaron la decisión, no casual sino voluntaria, de dedicar tiempo e incluso vida entera al servicio de los demás. Sin luz ni taquígrafos.