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En estos días celebramos la elección del sucesor de Pedro, Benedicto XVI. ¡Cuántos años anhelando esconderse entre libros de Teología y con su piano en un rincón de su Baviera natal! Pero Dios juega con los hombres y derecho tiene el padre a hacerlo y no así los hijos. A ellos les toca alegrar a Dios con su obediencia.
No podremos olvidar aquel día en que el mundo pareció quedar huérfano. Las grandes cadenas de radio y televisión informaron, veinticuatro horas al día, sobre la vuelta del Papa Juan Pablo II a la casa del Padre, las imágenes de dolor ante el gran Pontífice fallecido respondía a una ansiedad informática que superaba todas las expectativas [1]. ¡Y ahora qué!, parecía ser el pensamiento que flotaba en el corazón de muchas personas creyentes o no que le habían conocido, al saber la noticia. A los creyentes les consolaba la seguridad moral de que el Cielo entero estaría esperándolo.
También sintió esa orfandad su gran colaborador y amigo: el cardenal Ratzinger. Quizá él de manera especial. Este hombre, hoy el Papa, Benedicto XVI, se expresaba al comenzar su pontificado así: ¡Cómo nos hemos sentido abandonados tras el fallecimiento de Juan Pablo II! El Papa que durante 26 años ha sido nuestro pastor y guía en el camino a través de nuestros tiempos. Él cruzó el umbral hacia la otra vida, entrando en el misterio de Dios. Pero no dio este paso en solitario. Quien cree, nunca está solo; no lo está en la vida ni tampoco en la muerte. En aquellos momentos hemos podido invocar a los santos de todos los siglos, sus amigos, sus hermanos en la fe, sabiendo que serían el cortejo viviente que lo acompañaría en el más allá, hasta la gloria de Dios. Nosotros sabíamos que allí se esperaba su llegada. Ahora sabemos que él está entre los suyos y se encuentra realmente en su casa [2].
Sobre ese acontecimiento que ensombreció al mundo pese a lo que era inexorable al ver como día a día se iba deteriorando su salud y se acercaba a su fin, Benedicto XVI hizo frecuentes comentarios. Recordando que el mismo dos de abril, poco antes de fallecer, pudo asistir desde su alcoba a la Santa Misa, decía: El doloroso acontecimiento de su muerte, después de un período de grandes pruebas y sufrimientos, se ha revelado en realidad con características pascuales, como él había deseado en su testamento [3]. La luz y la fuerza de Cristo resucitado se han irradiado en la Iglesia desde esa especie de última misa que celebró en su agonía y culminó en el amén de una vida enteramente entregada, por medio del Corazón inmaculado de María, para la salvación del mundo [4].
Durante la Misa de corpore in sepulto en la Plaza de San Pedro se canta una letanía a los santos. De todos ellos sólo se nombró uno moderno: el de santa Faustina Kowalska. ¿Por qué? Esta monja polaca fallecida con fama de santidad a los 33 años, el 5 de octubre de 1938, era muy conocida y querida en Polonia. Beatificada en 1993 por Juan Pablo II y canonizada también el 30 de abril de 2000 también por él, recibió del Señor en diversas revelaciones el deseo de instituir la fiesta a su Divina Misericordia en el domingo siguiente al de Resurrección. Desde su canonización ya toda la Iglesia celebra esa fiesta que va acompañada de indecibles gracias en beneficio de la humanidad. Este comentario lo hacemos para recordar que el Papa murió justamente ese domingo; es decir, la tarde noche del sábado 2 de abril de 2005 víspera dicha fiesta.
El cardenal Joseph Ratzinger ofició, en unión con muchos obispos venidos de todas las partes del mundo, los Funerales por el eterno descanso de Juan Pablo II. Las escenas que ofreció la televisión nos han dejado un recuerdo imborrable de ese evento, pero éste fue especialmente conmovedor cuando se dirigió al balcón desde donde el que tantas veces dirigió la palabra y bendijo a la multitud el Papa Juan Pablo II, y mientras miraba dijo: Desde la ventana de la casa del Padre se ve mejor. Por tanto, te pedimos que veles por los jóvenes de hoy, por sus aspiraciones, esperanzas, preocupaciones. Juan Pablo II, Santo Padre, gracias por todo [5].
El cardenal Ratzinger no imaginó ni deseó jamás ser el sucesor de Juan Pablo II. Había abandonado Baviera hacía 23 años para ir a Roma, es decir, cuando le llamó el Papa para trabajar junto a él. Echaba mucho de menos Alemania. De hecho durante esas tres semanas de Sede Vacante que hubo en la Iglesia; él, como cardenal decano del Colegio Cardenalicio hacía cabeza y tomaba decisiones. Tras el fallecimiento de Juan Pablo II, la prensa y la televisión se hicieron eco del mundial acontecimiento que reunió a los mandatarios del planeta yendo ¡cosa insólita!, los tres últimos presidentes de Estados Unidos y, sobre todo, más de tres millones de peregrinos. El primer día, la inmensa mayoría procedía de la población romana, el segundo día se sumaron gentes venidas de toda Italia y el tercero, multitudes de todas partes del mundo poblaron Roma y coreaban también con pancartas santo, ya.
Este espontáneo grito, acompañado de pancartas, por el que miles de personas pedían una canonización inmediata, se diría que es una fórmula de canonización por aclamación como al principio de la cristiandad, era algo inaudito. Además, este hecho fue visto de buen grado por millones de telespectadores católicos. Así las cosas, el Portavoz de la Santa Sede, se vio obligado a elevar una consulta al cardenal Ratzinger acerca de qué medida debía tomar para informar a los medios desplazados en Roma, sobre este asunto ya portada en muchos periódicos dado que esperaban saber la posición oficial de la Iglesia ante semejante reacción nunca vista, al menos, en este milenio. Ante esta pregunta, Ratzinger contestó: No se preocupe usted como tampoco me preocupo yo. Esa decisión le tocará tomarla al siguiente Papa, no a mí [6].
Bien lejos de su mente estaba, por tanto, que le iba a tocar a él ser quien precisamente abriría acortando los tiempos previstos el proceso de su Beatificación tras su elección como Romano Pontífice. Otro dato de que no se esperaba él ser elegido está recogido gráficamente y lo pudo ver el mundo entero. Cuando fue mostrado al pueblo romano y al mundo, una vez elegido Papa, el gentío que eufórico ya daba gracias al Señor sin saber aún quién era, rompió en aplausos y vivas al oír su nombre. El Papa, al extender los brazos, en señal de agradecimiento, no pudo ocultar que por la bocamanga de la sotana asomara un yérsey gris oscuro. Es de una lógica aplastante que un cardenal que intuye tener alguna posibilidad de ser elegido Papa lleve aunque sólo fuera por prudencia a la votación una camisa blanca. Más tratándose de un cardenal como éste, alemán, que no dejó jamás un hilo suelto. Aquel día se le desmadejó todo el ovillo en el Cónclave.
Con esto se ve, qué lejos estaba de su cabeza la idea de ser él, precisamente, el destinado en tomar esa decisión. El Papa no dudó en ratificarlo al poco de ser elegido Sumo Pontífice. Nunca había pensado ni deseado semejante carga y responsabilidad, de ahí que cuando, lentamente, el desarrollo de las votaciones me permitió comprender que, por decirlo así, la guillotina caería sobre mí, me quedé desconcertado. Creía que había realizado ya la obra de toda una vida y que podía esperar terminar tranquilamente mis días. Con profunda convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto! Tienes personas más jóvenes y mejores, que pueden afrontar esta gran tarea con un entusiasmo y una fuerza totalmente diferentes [7].
A Ratzinger le sucedió algo análogo a lo que pasó con Wojtyla. Nunca se le borraría a Juan Pablo II de la memoria ni el lugar ni el momento en el que fue elegido Papa; el 16 de octubre de 1978 y en la Capilla Sixtina, donde se celebran habitualmente los Cónclaves. Él había entrado dos días antes con objeto de elegir al candidato del Espíritu Santo. Nunca pensó que Dios le llevaba a él, justamente, de pretendiente. Algo parecido sucedió con el cardenal Ratzinger. Durante el Cónclave de 1978 en el que salió Juan Pablo II, el cardenal primado de Polonia, Stefan Wyszynsky, le dijo: Si te eligen, te suplico que no lo rechaces. Este mismo suceso le ocurrió al cardenal Ratzinger y fue recordado 27 años después él, que tampoco imaginaba ser elegido Papa al entrar en aquel Conclave. Una vez elegido Papa hizo esta confesión: me impactó mucho una breve carta que me escribió un hermano del Colegio cardenalicio. Me recordaba que durante la misa por Juan Pablo II yo había centrado la homilía en la palabra del Evangelio que el Señor dirigió a Pedro a orillas del lago de Genesaret: ¡Sígueme!
Yo había explicado cómo Karol Wojtyla había recibido siempre de nuevo esta llamada del Señor y continuamente había debido renunciar a muchas cosas, limitándose a decir: sí, te sigo, aunque me lleves a donde no quisiera. Ese hermano Cardenal me escribía en su carta: Si el Señor te dijera ahora sígueme, acuérdate de lo que predicaste. No lo rechaces. Sé obediente, como describiste al gran Papa, que ha vuelto a la casa del Padre. Esto me llegó al corazón. Los caminos del Señor no son cómodos, pero tampoco hemos sido creados para la comodidad, sino para cosas grandes, para el bien [8].
Puede, en uso de su libertad, el Cardenal favorecido en el Cónclave renunciar y de ahí que la consumación del Cónclave sólo tenga lugar cuando el cardenal Camarlengo pregunte al elegido si acepta y éste responde afirmativamente. A Wojtyla, por ejemplo, le suplicó el anciano y tan venerado por él, Wyszynsky, primado de Polonia que si era elegido aceptara. No es necesario justificar por qué se renuncia. El designado se descarta y comienza otra ronda de votaciones por parte de los cardenales. Además, en el caso del cardenal Ratzinger si hubiera renunciado sus motivos eran muy claros: 78 años son muchos años ya para tanto peso; por otra parte, siempre ha tenido una salud frágil, etc. Pero no, el cardenal Ratzinger, poniéndose en manos de la Virgen y contando con nuestras oraciones aceptó. Ahora, desde el 16 de abril, Benedicto XVI que ha cumplido 83 años se encamina hacia el encuentro con su amigo y pastor Juan Pablo II, en la Casa del Padre pero como ha dejado ya entrever tiene una asignatura pendiente: beatificarle él.
Pedro Beteta López. Doctor en Teología y en Bioquímica
Notas al pie:
[1] Cfr. Benedicto XVI, Discurso a los peregrinos alemanes, 25-IV-2005.
[2] Benedicto XVI, Homilía en el inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005.
[3] Cfr. Testamento de Juan Pablo II de fecha 24 de febrero y retocado después el 1 de marzo de 1980.
[4] Benedicto XVI, Discurso al Colegio Cardenalicio presente en Roma, 22-IV-2005.
[5] Homilía del Cardenal Ratzinger el día 4 de abril de 2005 durante el Funeral por el eterno descanso del alma de Su Santidad Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro.
[6] Escuchado por el autor a Joaquín Navarro-Valls en una Conferencia en el Auditorio del IESE, Madrid, 4-VI-2008
[7] Ibídem.
[8] Benedicto XVI, Discurso a los peregrinos alemanes, 25-IV-2005
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