En los países con más católicos hay menos SIDA, y las infecciones son un tanto por ciento muy elevado donde hay pocos católicos
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La polémica sobre el preservativo levantada por las palabras de Benedicto XVI revela muchas cosas interesantes. En primer lugar que su palabra es escuchada hasta por los cínicos y los hipócritas que se lanzan para morder, aunque quede en evidencia su ignorancia por no saber que la promiscuidad y el preservativo extienden mucho las infecciones venéreas y el SIDA, enfermedades unidas a la conducta sexual.
Además se plantea un rasgo característico de nuestro tiempo: el pesimismo. Algunos piensan que es imposible vivir la castidad, ni de joven, ni en el matrimonio. Esta segunda postura optará por reducir la educación sexual a mostrar todos los medios contra la vida, desde los anticonceptivos químicos hasta los mecánicos y el aborto en cualquier momento. Nadie se puede contener y prescindir de la promiscuidad se debe evitar a pesar de las consecuencias naturales, como es la fecundidad.
Sería útil recordarles lo que enseña San Pablo sobre la necesidad de la gracia para cumplir toda la ley moral. El católico es optimista porque sabe que con sus fuerzas y la prudencia puede conseguir mucho, y que la gracia divina cura sus debilidades y hace posible que cumpla toda la ley moral perfectamente. La estadística en África muestra que en los países con más católicos hay menos SIDA, y las infecciones son un tanto por ciento muy elevado donde hay pocos católicos.
Un tercer aspecto es la actitud matrimonial ante los anticonceptivos, pues la experiencia enseña que las separaciones abundan en las parejas que viven con mentalidad anticonceptiva, quizá porque lo que se ha impedido es un amor sincero, sin barreras o mentiras.
La santidad del matrimonio lleva consigo no cegar las fuentes de la vida. La anticoncepción es una trampa al amor conyugal, un disfraz del egoísmo que mata el amor. Muchas separaciones en nuestro tiempo tienen el origen en esta mentira pues transforma el amor de dos que se entregan sinceramente por dos egoísmos que se usan hasta que la convivencia se hace insoportable. Son amores estériles que tienen en ellos la causa de su fracaso.
La maternidad salva a la mujer. Si se observa al varón y a la mujer en el paso de amor de novios al de esposos, vemos que se suele dar un crecimiento por el mayor compromiso y entrega. La maduración de ese amor al procrear hijos es evidente. Aprenden a darse a una vida que depende de ellos desde su concepción y nacimiento inerme hasta su autonomía. Ese beneficio se advierte, sobre todo, en la mujer. El embarazo, el parto, la lactancia, los cuidados tienen mucho de amor desinteresado, no pocas veces sufriente.
Con esta realidad la calidad de la mujer mejora y está mejor defendida de muchos peligros. Un ejemplo puede servir: en los países sometidos al ateísmo político se dio un desaliento general. Muchos hombres cayeron en la bebida, muchas mujeres superaron esta situación porque tenían un motivo para luchar muy próximo: sus hijos. Podríamos relatar muchos otros casos en los que la maternidad salva a la mujer de graves desastres morales, e, incluso, materiales.
Gracias, Benedicto XVI.