Las Provincias
El Señor, Jesús, después de haber hecho oración al Padre, llamando a sí a los que Él quiso, eligió a doce para que viviesen con Él y para enviarlos a predicar el Reino de Dios. Así reza la Constitución Dogmática Lumen Gentium, tomando prácticamente a la letra lo que dicen los evangelistas Marcos y Mateo.
Antes de seguir adelante, vale la pena considerar esas dos piedras miliares que constituyen la finalidad de los Doce y de sus sucesores, los obispos. Cristo los llama para estar con El, es decir, para compartir su propia vida, ser sus íntimos, sus amigos.
Bien decía don Agustín en la homilía de la Misa Crismal que la eficacia del Pastor y de los presbíteros, también pastores, reside en adentrarse en el sagrario: estar con Jesús. Y sin dejarlo, con su misma Vida en la propia vida, cumplir el mandato de predicar, de llevar sin descanso el Evangelio, la Iglesia, los Sacramentos, el servicio de la Caridad, a todos.
En el Decreto Christus Dominus también del Vaticano II relativo al oficio pastoral de los obispos, se lee que éstos, puestos por el Espíritu Santo, son sucesores de los Apóstoles como pastores del las almas, y, juntamente con el Romano Pontífice y bajo su autoridad, han sido enviados para perpetuar la obra de Cristo, Pastor eterno. Estar, pues con Jesús y predicar para llevar adelante la misma tarea de Cristo en la tierra, es decir, la salvación de las almas.
La Iglesia no es primordialmente una empresa para efectuar tareas humanas, aunque las realiza de modo admirable. Es, sobre todo, sacramento universal de salvación. En orden a este fin se orienta toda su actividad. Por eso, advirtió Juan Pablo II que el hombre es el camino de la Iglesia, el hombre entero que ha sido redimido y ha de ser receptor de esa redención, a través del único mediador, Cristo, que es la Iglesia en el tiempo.
He escrito estos párrafos para procurar centrar nuestro amor al Arzobispo que nos deja y al que llega. Cierto que cuenta el modo de ser de las personas, pero ha de ser mucho más substancial la forma teologal de amar, muy por encima de las condiciones personales que, por otra parte y por gracia de Dios, son óptimas en D. Agustín y en D. Carlos. Conozco al Cardenal García-Gasco desde hace más treinta años y creo tener las credenciales para decir que, sobre todo, es un hombre de Dios que trabaja sin descanso.
Basta mirar el tejido diocesano que ha rehabilitado o constituido: ha dado vida a muchas fundaciones arrumbadas, para fines muy diversos, desde el amparo a los desprotegidos de la tierra Ad gentes hasta para dar soporte legal y económico a diversas instituciones formativas. Ha impulsado la construcción de parroquias, su financiación inicial, etc. En el terreno educativo, bastaría recordar la consolidación de los colegios diocesanos, pero hay que sumar la Universidad Católica, el Instituto de Derecho Canónico y el de la Familia.
Un hito importante para la ciudad y para la Archidiócesis, fue la venida del Papa. Recuperó para Valencia la dignidad cardenalicia. Se podría resumir todo, porque no hay espacio, en el reconocimiento hecho por la ciudad al nombrarlo hijo adoptivo.
Conozco menos a D. Carlos, pero lo suficiente para afirmar que, sobre ese humus creado por el Cardenal, puede hacer cosas grandes por su enorme fe, su cordialidad con las gentes, su gran cariño que le hace tremendamente cercano, mucho más cercano porque ha sido llamado a vivir con Jesús.
En mis encuentros con usted, he podido captar la lucidez de los buenos, la alegría contagiosa de los hombres de fe, la amplitud de miras de la esperanza y, sobre todo, una enorme capacidad de querer. Quizá ahora, querido D. Carlos, estamos pensando en su aportación a la Archidiócesis valentina, pero es también un momento excelente para reflexionar en lo que sumaremos los valencianos sacerdotes, religiosos y laicos a su tarea. València es terra oberta, som els bons valencians, dispostos a donar-li una benvinguda no sols de paraula, sinò amb el nostre cor i amb el nostre treball. La patria valenciana s`ampara baix el mant de la Mare de Déu dels Desamparats.
Vosté, don Carlos, ja está ahí, en la Verge. Per aixó ja es valenciá.
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