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Cuando lo que debe ser evidente, y por tanto no requiere explicación, necesita ser explicado y defendido, es que algo importante falla en la mente y en la conciencia de los que niegan esa evidencia. ¿Será éste el caso del pretendido derecho al aborto?
Parece que hace falta algo más que explicaciones para hacer cambiar de opinión a los partidarios de esa ampliación del aborto: quizá necesiten abrirse sinceramente a la verdad y al bien, por encima de intereses personales o partidistas. Pero por intentar explicar que no quede Digamos primero qué no es la ampliación del aborto que se pretende.
Vaya por delante toda la comprensión para las mujeres que por presiones diversas se vean empujadas al aborto. Sin duda serán mucho más culpables las que lo hagan libre y conscientemente, y los que lo ejecutan y los que aprueban leyes que lo facilitan prácticamente sin límite alguno.
Qué no es el aborto
El aborto libre no es constitucional, porque va frontalmente contra la jurisprudencia sentada por el alto tribunal, que considera la vida humana un bien jurídicamente protegido (sentencia de 1985), y contra el artículo 15 de la Constitución que afirma que todos tienen derecho a la vida.
El aborto no respeta la vida humana, porque la aborta desde su inicio y convierte el seno de la vida en madriguera de muerte, lo que sin embargo está prohibido expresamente para determinadas especies animales.
El aborto no es un derecho, porque jamás puede haber derecho a matar a un inocente. Cualquier otro derecho de un tercero, aunque fuera legítimo, debe estar supeditado al deber de respetar la vida humana del concebido no nacido.
El aborto es una perversión de la Justicia, porque constituye en legal la mayor de las injusticias, acabar con la vida del nasciturus.
La ampliación del aborto no es una necesidad social, porque la sociedad no lo demanda, ya que las elevadas cifras actuales lo hacen innecesario.
Facilitar aún más el aborto no es un avance social, sino un gran fracaso porque no se han querido o sabido poner los medios necesarios para no llegar a la tragedia que supone siempre acabar con la vida de un hijo, aunque sea no deseado.
El aborto niega la tan deseada igualdad entre las personas, porque constituye a unas en verdugos y a otras en víctimas.
El aborto no es ni de izquierdas ni de derechas, porque proteger la vida humana es un deber de todos; por tanto tampoco es un triunfo de las izquierdas sobre las derechas, sino la abdicación de un grave deber.
Una legislación que amplíe el aborto no es precisamente un canto a la esperanza, sino una triste opción -difícilmente explicable- por la cultura de la muerte.
Y qué sí es
En primer lugar, el aborto, como la muerte de todo inocente, aún con todos los atenuantes que sean del caso, es un crimen. Y así los miles de abortos en nuestro país, y los millones en todo el mundo
El aborto es la negación práctica del primer derecho humano, el derecho a la vida.
El aborto es una cobardía, porque arremete impunemente contra el que no puede defenderse ni reclamar sus derechos, como sería una cobardía grave no defender la vida por temor a las críticas o a perder votos.
El aborto es una contradicción con políticas socialistas, en cuanto que es contrario al supuesto compromiso social de favorecer a los más débiles y necesitados de protección.
La aprobación del aborto supone, ordinariamente, una grave enfermedad moral de la sociedad, por elegir representantes legales que no protegen el primer derecho fundamental.
La extensión del aborto es una grave consecuencia de la mentalidad anticonceptiva, y ésta, a su vez, lo es de una mala educación sexual, cultivada en un clima de permisivismo y relativismo moral. El único sexo seguro es el de la abstención y la fidelidad en la pareja.
La defensa del aborto es un cinismo, porque se refugia en la confusión de negar el reconocimiento de persona al no nacido, aunque ese positivismo jurídico no pueda explicar qué es entonces esa vida humana que crece en el seno materno y que, independientemente de definiciones o conceptos filosóficos o jurídicos, tiene la dignidad y los derechos de toda persona humana.
El aborto va contra la ciencia porque sus partidarios niegan elementales conocimientos de biología humana con teorías ideológicas ajenas a la ciencia (tales como el falso concepto de preembrión, etc.), y establecen plazos de modo arbitrario para no respetar la vida del nasciturus.
El aborto no es salud reproductiva. No es salud porque el embarazo no es una enfermedad, mientras que abortar sí puede tener consecuencias físicas y más aún psíquicas y desde luego morales. Y no es precisamente reproductiva, sino todo lo contrario.
El aborto decía- con frecuencia ocasiona un trauma psicológico y moral que puede durar toda la vida. Sacar al niño de la cabeza de la que aborta es bastante más difícil que sacarlo del vientre materno.
Algunos abortos suponen una mentalidad racista en quienes lo practican. Es retroceder muchos siglos a la época de Esparta, en Grecia, donde los niños recién nacidos que no eran fuertes y no servirían para ser guerreros eran tirados al río; o más recientemente las prácticas eugenésicas de los nazis.
La aprobación del aborto es una perversión del afán de poder cuando se cambian vidas por votos.
La práctica del aborto es una prostitución del ejercicio de la medicina.
El aborto es un negocio de muerte, peor aún que la venta de drogas o la venta de armas a terroristas.
El aborto es, sin duda, la mayor tragedia del siglo XX y XXI, y el que más muertes ha causado y causa en el mundo, más aún que las ideologías totalitarias y ateas del nazismo y del comunismo.
La misericordia de Dios es infinita, pero su justicia también: ¿permitirá que tantas muertes queden impunes en quienes libre y conscientemente las aprueban o las cometen?
Juan Moya, Doctor en Medicina y Doctor en Derecho Canónico
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