Basta ser un hombre culto para reconocer el valor de la aportación cristiana
Gaceta de los Negocios
Alguna vez los escépticos tratan con actitud tolerante a los cristianos, reconociendo el valor de sus aportaciones a la humanidad, en el pasado. Reconocen que los seguidores de Cristo influyeron en la Historia siempre en tiempo pretérito, y que de su labor queda cumplida constancia en la Arqueología o en la Historia de la Cultura. Basta ser un hombre culto y no sectario para reconocer la evidencia del valor de la aportación cristiana.
Tiende esa mirada incrédula a presentarnos a Jesús como un moralista sublime y solitario, sobre cuya enseñanza ha pasado, inevitablemente, el tiempo. Asuntos como el aborto, el matrimonio homosexual, el celibato eclesiástico, el divorcio piden una puesta al día en la que, según la mentalidad progresista, la Iglesia saldría ganando mucho si se atuviera a las cosas de tejas arriba evitando participar en el quehacer de la vida ordinaria con la identidad de su fe; sin olvidar a Chesterton, que advertía que cuando el agnóstico permite al cristiano dedicarse a la cosas de tejas arriba él piensa que por encima de las tejas no hay nada.
Tolkien era católico practicante y contagiaba la alegría de su fe Cuánto mejor sería, piensa el progresista, que el cristiano se afanase en la edificación de la ciudad terrestre, sin empeñarse en aportar su fe y su alegría. Pero Jesús no fue un moralista sublime y solitario, sino que buscó a unos hombres para asociarlos a su empresa; formó a esos hombres y se quedó con ellos para siempre. Podemos leer en la carta a los Hebreos: Jesucristo ayer y hoy y siempre (Hb, 13, 8) y una de las certezas del cristiano está en saber que todos en todo tiempo, somos contemporáneos de Cristo. Pero, además de esa certeza bautismal, tenemos ejemplos de que el creyente vive y trabaja en una realidad llena de futuro.
En una asamblea celebrada en Londres por representantes de editoriales del Reino Unido se llegó a la conclusión de que el autor más leído e influyente del siglo XX era JBB Tolkien y de que su saga El Señor de los anillos, representaba una renovación creadora inesperada en una literatura que hacía mucho tiempo que no conocía una sacudida y un estremecimiento semejantes. Tolkien era católico practicante y contagiaba la alegría de su fe. El universo que creó continúa creciendo y hay países que tienen sociedades con su nombre para seguir profundizando en su legado, que parece inagotable.
También en el campo musical hay católicos a los que la relación viva con Cristo da un impulso renovador muy grande, poco explicable si tenemos una mente al margen de la verdadera novedad. Olivier Messiaen fue una de las novedades que el transgresor Mortier llevó a Salzburgo al suceder a Karajan con su San Francisco de Asís. Messiaen era tan explícito en la manifestación de su fe que una de sus obras lleva por título: Veinte miradas al Niño Jesús.
Podía también pensarse en el destino de la obra de Antoni Gaudí que no sólo es de extraordinaria calidad, sino que ha abierto caminos nuevos a la arquitectura. Su renombre internacional, está a la altura de los más grandes artistas y pasan de un millón los visitantes que anualmente contemplan su obra de la Sagrada Familia. Gaudí quería que su templo no fuese sólo arquitectura, sino liturgia viva y un escultor japonés, Etsuro Sotoo, que trabaja terminando la fachada, supuso que estaría unos meses y así lo estableció en su contrato, pero lleva treinta y un años y se ha bautizado en la Iglesia Católica.
Sotoo, un fruto de la fe de Gaudí tiene una idea inesperada y quizá feliz, de que la Sagrada Familia se convierta en la Catedral de Europa. Gaudí vivió su fe heroicamente y hoy tiene introducido el proceso de canonización.
Hemos mirado algunos pocos ejemplos de hombres de fe que han dado un impulso al arte hacia el futuro, pero se podrían poner muchos más y en todos los campos del quehacer humano, como la ciencia, la técnica, el trabajo ordinario, la familia
Sí, porque también ahora, con todas las dificultades la familia puede ser una obra de arte.