Levante-Emv
Sobre la base de qué creencia alguien podría decir que los condones agravan el problema del sida? Esta fue la pregunta que se hacía Richard Dawkins, profesor de la Universidad de Oxford, al tratar las declaraciones sobre el preservativo que hizo el Papa Benedicto XVI en su reciente viaje a África.
Dawkins, especialista en los estudios de comportamiento y teórico de la evolución, se encontraba en una rueda de prensa previa al acto de investidura como Doctor Honoris Causa por la Universitat de València el pasado martes 31 de marzo.
La respuesta a esta pregunta no es difícil: no se necesita invocar ninguna creencia. Padecer el sida es una tragedia de tal calibre que sería insensato pretender abordarlo esgrimiendo sólo una creencia o una mera opinión. Por ello conviene ser riguroso al abordar dicho problema social.
Dawkins subrayó también ante los periodistas la necesidad de que la gente piense por sí misma. Sin duda, algo nada fácil para los tiempos que corren, pero cada vez más urgente para evitar que se instalen tabúes en la sociedad. Esto es justamente lo que me parece que es el cuestionamiento del preservativo: un tabú. Las chispas suelen saltar cuando se plantean otras alternativas a la prevención del sida, pero pocos se paran a pensar si realmente el condón es algo inofensivo.
El condón se aplica a un tipo muy específico de actividad: las relaciones sexuales. Su uso puede depender de un criterio preventivo, aunque en última instancia va a responder al nivel en el que uno se sitúe para practicar dichas relaciones. Si lo que se pretende es disfrutar solamente de un momento de especial intensidad, sin la contingencia de tener un hijo, el condón propicia un alto grado de efectividad. En última instancia, el uso del preservativo responde a esta decisión. Si además contribuye a prevenir una enfermedad mortal, parece lógico promover su uso.
Ahora bien, ¿podemos pensar que hay algo más en las relaciones sexuales? ¿Es planteable que en esta actividad se puede abrir un horizonte más profundo para las personas? Tratar de contestar a estos interrogantes supone ejercitarse en la reflexión para ver más allá de lo que ocurre.
También los animales disfrutan de relaciones sexuales, y todos nos damos cuenta de que son distintas respecto a los hombres. En las relaciones sexuales humanas hay una dimensión personal, que no se ve simplemente observando objetivamente desde fuera. Para descubrirla, en efecto, hay que pensar por uno mismo.
Las relaciones entre los dos sexos tienen la capacidad de expresar algo personal, algo que sólo depende de aquellos que intervienen en dicho acto. En las relaciones sexuales se ve implicada la intimidad de la persona. La intimidad es algo muy personal, tanto que se podría afirmar que constituye el núcleo de la persona. Allí confluyen los sentimientos, y también las alegrías y los proyectos de futuro.
Compartir la intimidad es señal de aprecio hacia el otro y tiene una gran fuerza de unión entre las personas. Es lo que se llama comunión. Sin embargo, esa intimidad puede gastarse si uno la expone de modo impersonal. Entonces se devalúa, perderá su valor, como en el caso de la palabra dada si no uno no hace aquello a lo que se ha comprometido.
Pero todavía hay algo más. De la actividad sexual suele derivarse la venida de los hijos. Cuando las relaciones sexuales se enmarcan en un ámbito de encuentro personal y de comunión, el hijo es recibido como un regalo mutuo. Es la máxima expresión de un amor fecundo. Así, el término de la relación confirma el origen de la misma: la persona engendrada es fruto del amor y la entrega del hombre y la mujer que se aman mutuamente.
El condón es introducido en este ámbito de relaciones como un artefacto eficaz que permite deslindar la dimensión personal del acto realizado, según el propio criterio. Quizá pueda servir para prevenir una enfermedad que se transmite por vía sexual. Pero la decisión de limitar esta dimensión puede falsificar todo lo que hay en juego. La difusión del preservativo conlleva el fomento de un comportamiento sexual poco personal, o incluso impersonal, que se rige por otros criterios.
Es lógico que una visión impersonal de la sexualidad necesite de mecanismos de seguridad para practicar el sexo. Con estos mecanismos, uno podrá buscar más ocasiones para las relaciones sexuales con cualquier otra persona, sin necesidad de haber establecido ningún vínculo previo. La consecuencia es clara: abundarán más las oportunidades para el contagio de enfermedades por vía sexual, y, entre ellas, también del sida.
No es una creencia lo que lleva a cuestionar que el preservativo sea el único método eficaz contra el sida. Se trata de una cuestión que es perfectamente razonable y empíricamente constatada. De hecho, la revista científica The Lancet publicó hace cinco años un manifiesto sobre las mejores prácticas para la prevención del sida, la llamada estrategia ABC. El condón se situaba como la tercera recomendación, por detrás de la abstinencia y la fidelidad.
Una información completa y una capacidad de relacionar y de pensar son la base para construir una sólida opinión, no sujeta a arbitrariedades. Así, se entiende que Dawkins comentara en aquella rueda de prensa que las cosas van mejor en los lugares donde hay educación. No obstante, no creo que contribuya a una sana convivencia caer en un insulto personal por no compartir las propias ideas o discrepar en la propuesta de soluciones, como también se puso de manifiesto en la rueda de prensa con el profesor Dawkins.
Tomás Baviera Puig
Director del Colegio Mayor Universitario de La Alameda
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