Rafael Navarro-Valls reflexiona sobre la visita del Papa Benedicto XVI al Continente africano
El Mundo
Un día de abril de 1998 se cruzaban sobre el cielo de África los aviones que conducían a Juan Pablo II y al presidente Clinton. Había una diferencia importante: la gira de 12 días que concluía Clinton por seis países del África subsahariana era la primera que un presidente americano hacía al continente africano, después de la fugaz visita de Carter (1978). Ese día de 1998 Juan Pablo II iniciaba decimotercer viaje al continente desconocido, visitando más de 40 países africanos.
De nuevo Benedicto XVI recoge la antorcha y se asoma a África. De este modo, el "anciano" Papa en su corto, hasta ahora, Pontificado ha estado ya en América del Norte y del Sur, en Europa, en Oceanía (Australia), en mayo próximo estará en Asia (Jordania, Palestina e Israel) y, ahora, en África. No está mal para sus 82 años.
Viaja a África en un momento en que el continente negro prácticamente no existe para el Primer Mundo. Occidente se mira al ombligo de su crisis económica la que él mismo ha creado y tiene poco tiempo para pensar en una tierra que sigue todavía en la frontera del Neolítico. Salvo para alguna añoranza familiar, ni siquiera Obama parece pensar demasiado en los problemas reales de África.
Todo lo contrario que la Iglesia católica. Los casi cerca de 200.000 misioneros y clero autóctono (entre sacerdotes y laicos) distribuidos por toda África han impulsado más de mil hospitales, 800 orfanatos, 5.000 dispensarios, quinientas leproserías, 2000 jardines de infancia y 700 casas de ancianos. Silenciosamente los católicos han aumentado un 3,1% en los últimos años, un ritmo de crecimiento más alto que la población. En 1900 los católicos eran 1,9; en 2006, eran ya 159 millones.
Según cálculos fiables, en 2050, tres países africanos estarán en el elenco de los diez primeros países católicos más grandes del mundo: la República Democrática del Congo, con 97 millones de católicos; Uganda, con 56 millones y Nigeria, con 47 millones. Se explica así que Benedicto XVI viaje a este continente y que acabe de terminar unos días de retiro espiritual bajo la dirección de un clérigo africano: el cardenal nigeriano Francis Arinze.
¿Por qué precisamente Camerún y Angola? Por dos razones. La primera porque Camerún es una sociedad muy plural en la que viven, codo a codo, cristianos (42%), musulmanes (22%) y fieles de las religiones tradicionales africanas (30%). Una estupenda ocasión de contribuir a lo que Juan Pablo II llamó "uno de los grandes desafíos de la humanidad, es decir, aprender a vivir juntos de modo pacífico y constructivo. De ahí que un momento muy esperado es la entrevista con los líderes musulmanes. Sin olvidar que la convocatoria de un próximo Sínodo en Roma sobre África, propicia que el Papa entregue en Yaundé el documento preparatorio dirigido a los obispos africanos.
La segunda, porque Angola (también con mayoría católica: el 55,6% de la población) es un país en que se dan dos características: su alta tasa de crecimiento económico y el recuerdo de una guerra fratricida que lo asoló por décadas. La entrevista con la clase política angoleña en Luanda será una buena ocasión para insistir en la doctrina social de la Iglesia, en su vertiente de paz en lo político y justicia en lo económico.
En fin, el dolor es el gran protagonista africano: el Sida, la explotación sexual, una sanidad a nivel de mazmorra, grandes heridas en un cuerpo social asolado por la falta de educación, la pobreza, la guerra y la discriminación de la mujer son un legado sombrío que debería estremecer al mundo.
El esfuerzo de engendrar en el corazón de la negritud una sociedad humana exige que Occidente se olvide por un momento de sus preocupaciones narcisistas y hedonistas, de su avaricia y su codicia, y vuelva sus ojos a ese basurero de la historia.
El viaje de Benedicto XVI en plena crisis mundial cumplirá con lo que probablemente sea su objetivo prioritario: poner frente a Occidente el rostro de la pobreza y el dolor.