El 8 de marzo se celebra internacionalmente el Día de la Mujer
Desde que Olimpia de Gouges, Marie Gouze, escritora y precursora de la igualdad de derechos para todos hombres y mujeres, negros y blancos en los tiempos de la revolución francesa, fue encarcelada y guillotinada por sus compañeros por rechazar la esclavitud de los negros y publicar la Declaración sobre los Derechos de la Mujer, hemos ido superado la maltrecha inferioridad al hombre de nuestras capacidades y nuestra valía.
Es ya una evidencia incontestable que la mujer participa en todos los ámbitos de la vida pública, laboral y familiar; también lo es que a lo largo de estos últimos años la mujer ha demostrado estar igual de preparada que el hombre para trabajar y acceder a los centros de poder, de decisión empresarial, política, económica, jurídica y de cualquier otro ámbito.
Afortunadamente para todos, gracias al sentido común, hemos superado la conquista de la igualdad que, en no pocas ocasiones, nos ha llevado a abandonar por el camino no solo la vida y la familia, sino también nuestra inteligencia, nuestros meritos, nuestras capacidades y nuestros dones. Y que, desgraciadamente, nos ha convertido en victimas de un complejo de inferioridad, cuando no de desviaciones patológicas más severas, como suele decir una amiga mía.
Nuestra lucha de hoy, y para esto debe servirnos también el Día Internacional de la Mujer, es defender nuestra dignidad como ser humano y para el ser humano, aceptando nuestras diferencias, y celebrando ser nosotras mismas. Es decir, reconocer un feminismo de la diferencia, haciendo hincapié en que el conocimiento y el respeto por la especificidad femenina es el modo correcto de interpretar la necesaria y omniabarcante complementariedad entre el varón y la mujer, convocados desde el inicio de la creación a construir juntos y en pareja el destino de la humanidad, como le gustaba decir a Edith Stein.
Por esta razón, soy de las que afirman que ser mujer, que no mujer-florero, tiene un glamour especial; un glamour que no se encuentra ni en una cara bonita ni en un cuerpo perfecto, sino más bien, en el encanto y la seguridad que produce descubrir que la mujer orgullosa de serlo sabe ocupar su lugar en un plano de autentica igualdad.
Dicen los expertos en moda que glamour es sinónimo de elegancia, de atractivo, de fascinación, de buen gusto; significa, en fin, brillar, pero no por los accesorios externos sino por la seguridad que cada persona desprende. Es más, la persona verdaderamente glamourosa es aquella que sabe combinar principios, creencias, educación, cultura, sensibilidad y saber estar, consciente de la calidad y el atractivo que provoca en todo aquel que se cruza en su camino.
Entonces, ¿por qué no lucir todas esas cualidades con la elegancia y el descaro propio de la que se sabe una persona glamourosa?
Es verdad que todavía existen mujeres que se sienten acomplejadas por su feminidad, su ternura, su intuición, etc.; o que se consideran unos bichos raros, retrógrados y anticuados, y que se esconden ante un mal entendido todo vale para acallar su conciencia. Muchas otras, recurren a un vocabulario confuso y tibio que pervierte el sentido original de las palabras con el fin de no mojarse, de quedar bien, ante quienes les rodean, convirtiéndose así en auténticas esquizofrénicas. E incluso, encontramos a mujeres que intentan adornar sus ideas y principios para no ser rechazadas por la ortodoxia política, cultural y social, aun sabiendo que ponen en juego su coherencia, su identidad y su autoestima.
Sin embargo, hay muchas mujeres que se sienten orgullosas de serlo y que se atreven con gran descaro y glamour a caminar en la dirección contraria a la que se dice y se piensa en la sociedad que impera actualmente a su alrededor. Son mujeres valientes que ven en las ideas y comportamientos considerados políticamente incorrectos, un encanto especial, una mezcla entre estilo, serenidad, brillo, sencillez y garbo, que aporta a la mujer un glamour humano y sobrenatural que ennoblece su vida, aunque muchos consideren y se mofen de que la suya es una vida triste y sin atractivo.
No estamos hablando de algo baladí.
Cada una verá cual es su presente y cual quiere que sea su futuro y el de la humanidad pero nunca olviden que Primero te ignoran, luego se burlan, después pelean contigo, después ganas, como decía Gandhi.
Y este pequeño gran hombre, cuando se refería a valores sólidos y duraderos con los que servir de estímulo para construir un futuro mejor, un mundo más humano, no se equivocaba ni un ápice.