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El periodista siempre es un filtro, siempre selecciona lo que cree noticioso, pero con honradez debe tratar de evitar la deformación.
Los medios de comunicación españoles resaltaron la broma que el Secretario de Estado vaticano, cardenal Tarsicio Bertone, dirigió a la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, que lució un vestido morado, color de la indumentaria episcopal, en la entrevista que mantuvo con él. Los medios hicieron muy bien a darlo incluso de forma destacada porque, al igual que en otros temas, el tono humano, el detalle, la anécdota, son de interés y relajan y hacen más asequible la información, a menudo abrupta, seca, compleja.
Pero la anécdota no debe ocultar la categoría, sino, por el contrario, ayudar a conducir a ella. Y la información global que dio la prensa sobre la visita del cardenal Bertone a España hay que situarla entre aquéllas en que el conjunto de los medios no tocaron bola. Poco después del retorno del purpurado a Roma, Manuel Josep Silva publicaba un artículo en Forum Libertas en que reivindicaba que él había asistido a la conferencia principal del cardenal Bertone pronunciada ante gran número de obispos y representantes de instituciones y podía dar fe de lo dicho. Este diario digital reprodujo íntegra, además, la conferencia del cardenal. Era una necesidad, porque lo publicado en la mayor parte de la prensa era poco aprovechable dado que apenas coincidía con la realidad. Al menos con lo nuclear, el fondo. El viaje de Bertone fue un pequeño laboratorio que mostraba cómo informa de este tipo de temas la prensa española.
La visita fue planteada por los medios desde el primer momento, incluso antes de que aterrizara en Madrid, como un escenario de enfrentamiento entre el episcopado español y el Vaticano. Bertone venía a recomponer las deterioradas relaciones de los obispos, y más particularmente del cardenal Rouco Varela y la Conferencia Episcopal, con el Gobierno. A partir de ahí se montaban las historias. Todo en clave política interna del país, sin atisbar que, como mínimo, en el campo religioso hay otras vertientes a tener en cuenta. Ínclitos comentaristas escribieron con pluma fácil y lenguaje atractivo acerca de las sutilezas de la política y la diplomacia vaticanas. Como era evidente los obispos españoles quedaban en lo que suele denominarse a los pies de los caballos mientras el Vaticano les puenteaba.
Cuando llegó la hora de la verdad, la declaración programática, el discurso de Bertone decepcionó. Habían construido otras expectativas. Sobre temas relacionados con la vida, el aborto, la familia, el laicismo, la educación en valores, , es decir, aquéllos que constituyen el eje de la discrepancia entre el Gobierno y los obispos, el Secretario de Estado vaticano dijo lo mismo, y con idénticas palabras y similar tono, a lo reiterado por los obispos españoles.
Es evidente que hay estilos personales y formas distintas de exponer las cosas, pero ¿alguien que tenga un gramo de conocimiento de estos temas podría pensar que el Secretario de Estado vaticano daría una doctrina distinta de la de los obispos?. ¿O que iba a desautorizarlos en estos campos cuando en la Santa Sede tienen información de cómo van las cosas en España?. A partir de ahí Bertone ya no interesaba para muchos de los periodistas.
El Papa Benedicto XVI
El viaje de Bertone a España creo que ayuda a calibrar cómo informa la prensa española sobre estos temas, pero no deja de ser una anécdota irrelevante al enmarcarla en la información sobre la Iglesia en el conjunto del mundo. Sí es fundamental, sin embargo, contrastar la información sobre el Papa Benedicto XVI.
Llegó al Pontificado, los medios lo hicieron llegar, con el cliché de intransigente guardián de la ortodoxia. Fue curioso comprobar en los primeros momentos cómo algunos que habían maltratado hasta la náusea a Juan Pablo II lo reivindicaban luego en un intento de rebajar al nuevo Papa. Después se vio que aquel severo y distante personaje resultaba cordial, sencillo, amable, que atendía a niños y discapacitados, que su primera encíclica se dedicó al amor y la segunda a la esperanza, que era un hombre capaz de dialogar con las demás confesiones cristianas y con el resto de religiones, que los jóvenes le quieren, que vino a España en la jornada mundial sobre la familia y expuso con claridad la doctrina pero intentando evitar la crispación en las relaciones con el Gobierno, que en la cuna del laicismo, Francia, conectó con la crema de la cultura. En un cierto momento pareció que algunos le daban una moratoria, pero duró poco y cada nueva circunstancia es utilizada por muchos para dar una imagen periclitada del Pontífice.
Observando la mayoría de los medios de comunicación se percibe el desenfoque sistemático. Quien hubiera seguido sólo por la televisión o la prensa (al menos la española, que es la que conozco) los viajes del Papa a los Estados Unidos o Australia llega a la conclusión inequívoca que no iba por otra cosa que los lamentables casos de pederastia de algunos sacerdotes.
Si el obispo Willianson hizo unas desafortunadas declaraciones sobre el Holocausto, algunos llegan a pedir la dimisión del Papa, aunque quizás en este caso hay que reconocer faltó alguna cautela en las instituciones vaticanas.
Una cita de un personaje del siglo XIII en la conferencia que pronunció en la Universidad de Ratisbona fue sacada de contexto por muchos medios, empezando por la BBC, y lo que era precisamente un reconocimiento de la importancia de la razón, además de una muestra de buena voluntad hacia otros fue convertido en un enfrentamiento con el Islam. Los ejemplos podrían continuar.
Falta de profesionalidad
El periodista de información debe realizar un esfuerzo para mostrar honestamente lo que ha captado sobre el tema que aborda. Coincidirá o no con sus propios criterios pero nunca puede explicar como real lo que él quisiera que hubiere sucedido. Debe saber separar información de opinión. Esto nada que ver con prensa confesional o laica, de derechas o de izquierdas, progresista o conservadora. Es simple cuestión de profesionalidad.
Lo anterior puede aplicarse de igual forma a la información religiosa y a cualquier otra. En todos los casos el periodista debe intentar conocer los temas y enmarcarlos adecuadamente aplicando los parámetros adecuados. En el caso de la información religiosa es evidente que, al menos en España, casi siempre los criterios de medición aplicados son políticos, y por ello se desvirtúa la realidad.
El trabajo de información tiene ciertamente limitaciones. El periodista siempre es un filtro, siempre selecciona lo que considera noticioso. No tiene medios ni espacio para publicarlo todo y por ello toda información periodística es limitada, insuficiente. Los errores que cometemos los periodistas son muchísimos, pero sí es exigible que con honradez y profesionalidad busquemos la verdad.
En el caso de la información religiosa demasiado porcentaje de ella parece decidida de antemano. Por centrarlo en el Papa Benedicto XVI, lo que le llega al ciudadano a través de los medios de comunicación guarda muy poca relación con su figura, su personalidad y, a menudo, con su doctrina.
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