Es algo con lo que se nace y no depende del dinero, ni de la religión, ni de la raza, ni del país de origen...
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No hace mucho se escribía desde este foro que la envidia es el mayor de los pecados capitales que se da en todos los sitios y, de un modo particular, en España. ¿Cuántos hermanos sois?, preguntaba un señor a otro en un pueblo, y éste le espetó: después del reparto de la herencia te lo diré. Todos tenemos la triste experiencia, demasiado frecuente, del distanciamiento o la separación entre hermanos a raíz de las envidias surgidas por la distribución de la herencia. La envidia es una fuente de división. El diablo tentó al hombre se lee en el Génesis por envidia hacia éste. Symbolo equivale a unión y diabolo a separación.
Una de las notas características de la auténtica Iglesia de Cristo es la unidad. Y se palpa esta unidad absoluta de la Iglesia que no es democrática sino jerárquica con el Papa. Gritábamos llenos de júbilo ante el anuncio del nuevo Papa aun sin conocer su nombre todavía y nos daba igual. Todos los que le eligieron mostraron públicamente su adhesión incondicional a la vez que, con sencillez de hijos buenos, le exponen sus opiniones y siempre en el lugar adecuado, al margen de lo que en ocasiones diga la prensa ávida de morbo. Los interesados ni se dan por aludidos. La Iglesia tiene más tablas y diplomacia que nadie y así es de todos reconocida.
Divide y vencerás. ¡Qué bien sabe esto el maligno! Pero la historia demuestra siempre se caen las hojas secas, las que no reciben la savia del árbol. Las instituciones pasan, se extinguen. Unas empresas se fusionan con otras siendo alguna de ellas absorbida generalmente, el gobierno de turno piensa menos en la sociedad a la que ha de proteger para dedicarse a buscar la manera de continuar, pues tan efímero es el paso del poder. En la Iglesia no es así, perdura íntegra desde hace veintiún siglos y su doctrina sin apantallar jamás es como una apisonadora que tiene la fuerza de Dios y actúa con mansedumbre materna.
Ha venido Mons. Bertone en nombre del Papa a decir, una vez más, que así no, señores. No se inmiscuye en los asuntos internos de un país sino que trasmite el deber-obligación de la Iglesia: defender la dignidad humana. Cuando afirma que la vida, que es obra de Dios, no debe negarse a nadie, ni siquiera al más pequeño e indefenso y mucho menos si presenta graves discapacidades no hace más que defender al hombre del propio hombre. De ahí que insistiera en su discurso ante los mandatarios que por lo mismo, no podemos caer en el engaño de pensar que se puede disponer de la vida hasta legitimar su interrupción, enmascarándola quizá con un velo de piedad humana. Y no cedió a las hoscas afirmaciones de la vicepresidenta defendiendo el aborto y la eutanasia, recordando las palabras de Benedicto XVI a las Naciones Unidas, donde dijo con firmeza: no puede ser invocada para justificar ciertos excesos la libertad, que podrían llevar a una regresión en el concepto de ser humano especialmente en cuestiones como la vida y la familia. Pero si es de cajón. Quien escupe al cielo le acaba cayendo a él sus propios esputos. ¡Qué sensación de indefensión sienten hoy tantas y tantos al margen de la crisis económica!
En el lenguaje común el término dignidad no está del todo claro. No obstante, obtenemos una primera aproximación fijándonos en los modos coloquiales de decir. Extraigamos de esta forma una primera aproximación. Al preguntarnos, ¿qué es la dignidad?, podemos oír cosas como éstas: una es pobre pero tiene su dignidad...; esto es indigno de ti o se rebajó tanto, que perdió su dignidad, concluiríamos afirmando que la dignidad es un título que se posee, no algo que se compra o se alcanza como un valor económico. Es algo con lo que se nace y no depende del dinero, ni de la religión, ni de la raza, ni del país de origen... Esto, no todos lo han tenido, ni lo tienen, tan claro... pero es así.
Pero, sigamos con el lenguaje coloquial... La pregunta ahora sería: ¿qué es la dignidad para que se pueda, sin embargo, perder o excluir? ¿Es acaso un valor como por ejemplo la libertad? Porque la libertad se tiene de nacimiento, pudiéndose hacer mal uso de ella e incluso por el bien común verse privados de ella. Es una preocupación universal y primera en todas las declaraciones de principios o de derechos. Cuando en un país, los ganadores de unas elecciones o quienes han dado un golpe de estado intentan restablecer el orden, comienzan hablando si se quiere hacer algún progreso al menos con la dialéctica del respeto a la persona... Y eso, es de algún modo, la dignidad: el respeto que merece la persona.
La dignidad es aún más básico y más radical que la libertad; es más, defiendo la libertad porque entiendo la dignidad de cada hombre... Es pues, lo más básico de la persona. Veamos de dónde le viene al hombre esa dignidad y qué es en realidad. De ello sacaremos qué conclusiones provienen de la dignidad que cada persona tiene. Los errores que se produzcan en esa defensa no invalidan lo que tienen de positivo. Afirmamos, por tanto, que todo ser humano es digno por sí mismo. Corresponde a la autoridad política, social, económica, etc., defenderla y garantizar su reconocimiento. Esa formulación: todo ser humano es digno por sí mismo, presupone decir que cada ser humano es único e irrepetible, a la par que tiene un valor, ajeno al aspecto externo, color o ideología, que lo hace así.
Dignidad significa en el caso del hombre valor intrínseco, no dependiente de factores externos. No importa de qué es capaz, sino de que es un quien y, por tanto, un sujeto personal; en este sentido la persona es un absoluto por ser único, irreductible, irrepetible. No es intercambiable. Nadie puede ocupar su personalidad, ni suplantarle totalmente porque es un soy yo. No es que seamos sólo de una casta superior a los animales, somos mucho más. Si se acuerdan de la Rebelión en la granja, allí los cerdos son los que tendrían dignidad. Si consideramos al hombre simplemente como un animal más desarrollado, más evolucionado, podríamos llegar a eso: ceder la dignidad humana a la porcina..., ser uno más en la evolución.
Hemos de abordar la cuestión clave: ¿De dónde proviene esta dignidad o dónde está? Hemos dicho ya que la persona es un absoluto: único, irreductible, irremplazable, insustituible..., pero no es Dios y por eso como dice Cardona el hombre es un absoluto-relativo. No hay ningún motivo suficientemente serio para respetar a los demás si no se reconoce que, respetando a los demás respeto a Aquél que me hace respetable frente a ellos, dice el Papa. La razón de la dignidad humana la encontramos en el Génesis: la diferente creación del hombre frente a las demás criaturas... a imagen suya los creó; a imagen y semejanza de Dios, tanto el varón como la mujer, y ningún otro participa de esa condición, ni es querido por Dios por sí mismo... ni es capaz de conocer y amar a su Creador. Esto no es filosofía ni antropología; pero sí un atajo para llegar a la solución.
Así vemos que el amor de una madre por su hijo es una semejanza del amor del Creador por la persona: le quiere a él, y nada del mundo lo puede sustituir, y las características accidentales de ese hijo son secundarias: guapo, feo, listo, vago, pillo, alto, etc., no importan: es querido en sí mismo por ser él. Pues bien, la familia es el primer lugar, a veces el único, en el que a cada persona se le valora por lo que es y no por lo que tiene. Esa actitud familiar es semejante al amor que Dios nos tiene a cada uno. La dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de la conciencia moral. La conciencia moral comprende la percepción de los principios de la moralidad sindéresis, su aplicación en las circunstancias dadas mediante un discernimiento práctico de las razones y de los bienes, y en conclusión el juicio formado sobre los actos concretos que se van a realizar o se han realizado. La verdad sobre el bien moral, declarada en la ley de la razón, es reconocida práctica y concretamente por el dictamen prudente de la conciencia. Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio. 1956. La ley natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón, es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la persona y determina la base de sus derechos y sus deberes fundamentales (Catecismo Iglesia Católica, n.1780)
Pedro Beteta. Doctor en Teología y Bioquímica