Arguments / Diario de Navarra
En la calle se suele hablar mucho de la necesidad de exigir la calidad en todo tipo de empresas o servicios. Calidad significa aportar valor a un cliente (en un comercio), a un paciente (en una clínica), a un ciudadano (en un transporte público), o a un alumno (en un colegio).
La OCDE define la educación de calidad como aquella que "asegura a todos los jóvenes la adquisición de los conocimientos, capacidades, destrezas y actitudes necesarias para la vida adulta". Parece importante la formación a través de la literatura, enseñando a disfrutar con buenas lecturas; es fundamental aprender a pensar, a escribir, a hablar, a exponer bien los propios pensamientos, el propio mundo interior.
¿Cuál es la realidad? Salvando todo lo que haya que salvar, lo que vemos con frecuencia, desgraciadamente, son chicos y chicas con muy poco mundo interior: Van por otras vías distintas, que no se sabe muy bien a dónde conducen hasta que se descubre que llevan al despeñadero.
En lugar que ilusionarse por adquirir conocimientos, por leer, por aprender a pensar y tener criterio sobre los diversos aspectos importantes de la vida, los vemos como autómatas, conectados casi permanentemente a un teléfono móvil, radiando todo lo que hacen o todo lo que se les ocurre; o chateando insulsamente con sus amigos y amigas en las redes sociales de moda, Tuenti, Facebook, MySpace...; o navegando de modo compulsivo por Internet sin más objetivo que bajarse gratuitamente alguna canción de moda o intentando conseguir alguna película de estreno, como Revolucionary Road, de Leonardo diCaprio y Kate Winslet; o manejando durante horas y horas una video consola con los últimos juegos erótico-violentos, etc., etc.
En definitiva, mucha tecnología interesante si se usa debidamente pero mucha pérdida de tiempo, sin Norte al que dirigirse, y, en definitiva, muy poca formación cultural y profesional.
Interesante en relación con todo esto es el artículo de Alejandro Navas titulado Pascal y la medición de la calidad educativa, que hoy publica el Diario de Navarra (7-II-2009). Alejandro Navas es Director del Departamento de Comunicación Pública de la Universidad de Navarra.
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Pascal y la medición de la calidad educativa
Alejandro Navas
Con la educación y la sanidad ocurre algo parecido en términos políticos y sociales: son las partidas presupuestarias que más dinero se llevan, lo que refleja la importancia que tanto el estado como la sociedad les otorgan, y a la vez hay una permanente sensación de crisis: los resultados no parecen estar en proporción con el gasto y el esfuerzo aplicados.
De ahí la necesidad de reformas, proclamada de continuo en todo tipo de foros o debates y expresada de modo correspondiente en los programas electorales y de gobierno.
Si se aspira a la calidad o incluso a la excelencia educativa, resulta necesario saber primero dónde estamos diagnóstico; sólo así será posible adoptar las medidas necesarias tratamiento con vistas a alcanzar los fines deseados. ¿Cómo medir la calidad de un sistema educativo? No es fácil, y menos cuando nuestra política educativa se propone objetivos máximamente ambiciosos: la educación universal para todos y, de forma creciente, para toda la vida: educación permanente e integral, que no deja fuera ninguna faceta de la vida desde la educación vial hasta la educación para la ciudadanía.
Resulta asequible medir el grado de conocimientos que tienen los alumnos en disciplinas determinadas, y eso hacen las pruebas PISA, que evalúan los conocimientos de matemáticas, ciencias y lengua de los alumnos de los países más desarrollados, para lo que se utiliza una muestra de varios cientos de miles de adolescentes.
Como es sabido, España suspende de modo reiterado, y nos hemos abonado a la cola de los países de la OCDE. Nos encontramos bien acompañados el consuelo típico del alumno que suspende, pues un país como Alemania nos supera por muy poco en el ranking. Pero mientras en Alemania se ha abierto un profundo y apasionado debate sobre las causas de la debacle, aquí no ocurre nada.
Antes de la transferencia de la educación a las comunidades autónomas, el Ministerio de Educación hizo saber que esas pruebas eran parciales e incompletas, y que no había motivo para la preocupación, pues la educación española gozaba de buena salud. Es el conocido recurso del avestruz: para librarse de un problema no hay solución más cómoda que negar sin más su existencia.
En el contexto de esta "no discusión" he recordado a Pascal, que formulaba a mediados del s. XVII un sugerente criterio para medir el éxito de la educación: un adolescente podía considerarse bien formado si era capaz de pasar tranquilamente varias horas a solas en su habitación, sentado en una silla y a oscuras.
Pascal establece esta prueba basado en su propia experiencia de niño prodigio educado en su hogar, pero desde luego que el experimento tiene sentido. Si el joven tiene mundo interior, es decir, ha disfrutado de un ambiente familiar favorable y ha leído desde su infancia, podrá recurrir a un acervo de recuerdos, imágenes, sueños, ilusiones y metas en los que pensar durante esas horas de soledad y dispondrá de capacidad lingüística suficiente para articular su pensamiento. No se aburrirá en absoluto.
¿Qué ocurriría si sometiéramos a nuestros adolescentes al test de Pascal? ¿Podrían soportar unas horas a solas consigo mismos, desconectados de pantallas, móviles y auriculares? Me temo que los efectos de esta medida despiadada serían devastadores y obligarían a declarar a buena parte de nuestra juventud zona catastrófica.
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