No tiene sentido pretender ser cristiano por libre
Dicen que ocurrió cuando unos estudiantes de medicina durante sus vacaciones atendían un dispensario, en un lugar apartado y pobre. Una muchacha venía cargando muchos kilómetros con un niño enfermo. ¿Pero no te pesa esa carga?, le preguntó el médico. No es una carga, señor respondió ella: es mi hermano.
Hay partes de nuestro cuerpo que son pesadas (como el hígado, los pulmones o los riñones) pero no nos pesan, porque son eso, parte de nosotros mismos: no las sentimos como extrañas. También sucede con las personas de nuestra familia o nuestros amigos más íntimos: son de casa.
La Iglesia es familia, comunión con Dios y entre las personas, comunidad en el sentido más profundo. En un segundo momento la Iglesia es también institución, representada por la Jerarquía. No sólo en el sentido de las instituciones humanas, que se organizan para fines temporales, con sus estatutos y leyes. La Iglesia es una institución divina y además una institución de salvación: existe porque Dios Padre la ha pensado desde toda la eternidad, Cristo la ha fundado con su vida y su obra redentora, y el Espíritu Santo la inspira e impulsa para que testimonie el amor de Dios. Su razón de ser es comunicar anunciar y entregar el amor manifestado por Dios en Cristo; y lo hace, ciertamente a pesar de las flaquezas humanas.
Pues bien, en los últimos siglos ha sido común subrayar el carácter institucional y humano de la Iglesia, dejando en la sombra su más profundo misterio. Esto es causa importante de que la mayoría de las personas siga teniendo una idea de la Iglesia espontánea y predominantemente institucionalista; idea que, sin ser falsa, es insuficiente, y, de no ser bien comprendida, puede oscurecer la realidad.
Una segunda causa, por la que esa mentalidad se mantiene y renueva desde hace décadas, es la frecuente referencia de los medios de comunicación a la Iglesia, en el contexto de las relaciones Iglesia-Estado (en la práctica, las relaciones entre los Obispos y la autoridad política), que son sólo un aspecto de la misión de la Iglesia. Así se quedan al margen los cristianos de a pie: los fieles laicos.
En tercer lugar están hoy las presiones del laicismo militante, que se posiciona frente a la Iglesia (es decir, frente a los Obispos). Esa visión institucional se tiñe de sombras de sospecha con encuestas que deducen la impopularidad de la Iglesia, noticias sobre intrigas vaticanas, novelas pseudohistóricas o superhallazgos arqueológicos. A esos factores se podrían añadir otros: la lógica cristiana de la cruz (que enaltece los valores espirituales y la caridad, la verdad y la libertad, precisamente cuando no están de moda); el pacto con el bienestar, la falta de formación, el miedo a comprometerse, el pensamiento débil, etc.
No es extraño que muchos conciban la religión como una relación privada o individualista con Dios, pero sin un verdadero compromiso personal con Él, que implicaría una mayor generosidad con los demás. Este es uno de los principales temas del magisterio de Benedicto XVI.
Como señalaba San Pablo, el ojo o la cabeza no pueden prescindir del resto del organismo. Por eso no tiene sentido pretender ser cristiano por libre. Y para ser cristiano no es suficiente, como suele decirse, no robar ni matar, ni forzar a otro. Hay que saberse y actuar en la familia de Dios, germen de unidad para la familia humana. Es preciso sentirse implicado y en casa dentro de la Iglesia, ser parte interior y viva de la misma familia. Sólo así también cada familia puede abrirse plenamente al mundo y el mundo convertirse en una familia.
Ramiro Pellitero, Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra