Esperó que diera uvas, pero dio agraces. Todo un examen para estos tiempos de crisis
Las Provincias
Voy a cantar a mi amado la canción de mi amigo a su viña: Mi amado tenía una viña en una loma fértil. La cercó con una zanja y la limpió de piedras, la plantó de cepas selectas, construyó en medio una torre, y excavó un lagar. Esperó a que diera uvas, pero dio agraces". Esta bellísima página de la poesía hebrea tiene más de dos mil seiscientos años y condensa un gran simbolismo. Bajo la imagen del labrador desencantado, se descubre al mismo Dios lacerado por la falta de correspondencia de su pueblo a sus continuos desvelos.
La viña dio agraces, es decir, uvas amargas, asilvestradas, sin proporción alguna con el esfuerzo del labrador. A primera vista, la canción de la viña parece creada para el pueblo judío del tiempo de Isaías profeta, cuyos oráculos fueron recogidos y actualizados por sus discípulos hasta la época del destierro.
En segunda instancia, se refiere también a los cristianos, receptores del Antiguo Testamento. Pero se puede aplicar a todos, porque cada mujer y cada hombre que viene a este mundo recibe la vida y, con ella, el intelecto, la voluntad, la memoria, habilidades manuales y capacidades físicas; todo ello integrado en una persona que es cuerpo y espíritu inseparablemente.
Alguien nuestros padres, amigos, la familia creada, la sociedad puede demandarnos los frutos producidos en el propio plantel. Incluso siguiendo la parábola, pueden pedirnos razón del abono y la poda, es decir, de las durezas y sufrimientos que suponen los sarmientos cortados o la tierra fertilizada de modo poco agradable; o por la forma de aceptar las tormentas, los fríos o los días tórridos.
"¿Qué más pude hacer por mi viña, que no lo hiciera? ¿Por qué esperaba que diera uvas y dio agraces?" Así se interroga triste el viñador atónito. Seguramente, podríamos preguntar algo parecido al estudiante que no estudia; al profesional que permanece anclado en la chapuza; al investigador que busca elementos distorsionantes de la realidad del hombre; al empresario que piensa excesivamente en su beneficio; al político menos honrado que se sirve del pueblo en lugar de servirle; también al sacerdote realizador de tareas interesantes, pero a costa de dejar desértico su campo, su labor de almas; al juez movido por intereses personales y no trabajador de una justicia imparcial. No es preciso explicitar todas las posibilidades de las manos, la inteligencia, la creatividad, la técnica o el deporte.
Podríamos demandarnos si esa viña en libertad se deja cercar para respetar otras libertades, para evitar el robo de sus virtudes o la inocencia de los niños. El dueño limpió la viña de piedras: de obstáculos para el adecuado crecimiento, de tentaciones que achican o desvían. Tal vez veríamos en las cepas selectas, no ciertamente la eugenesia o el racismo, sino la educación que recibimos o impartimos, para no malearla con prejuicios ideológicos, políticos o económicos; para hacerla digna del hombre y formar en la libertad que no es libertarismo, en la obediencia que no es borreguismo, en la motivación para el esfuerzo que requiere una vida recia.
Luego, la torre y el lagar. La torre para vivienda o vigilancia de las vides: hijos, alumnos, trabajadores... El lagar donde se pisa la uva: la brega, otra vez el brío y el sufrimiento bien llevado, porque siempre aparece en la vida. Y para el cristiano, la Cruz, que no es masoquismo sino ese mismo esfuerzo elevado a lo alto con la ayuda del Viñador.
Esperó que diera uvas, pero dio agraces. Todo un examen para estos tiempos de crisis. Vuelvo al cristiano con unas palabras del fundador del Opus Dei en Camino: "Un secreto. Un secreto a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos".