La familia es una institución fundamental e irreemplazable para cualquier sociedad, de toda época y lugar
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Recientemente ha concluido el VI Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en ciudad de México. A decir verdad, actualmente existe una completa oposición entre la importancia objetiva de la familia y la actitud que ha ido gestándose a su respecto por parte de las políticas públicas y diversos modos de pensar y de sentir en los últimos 40 años. Dicho de otro modo: hoy asistimos a una avalancha de situaciones que la están debilitando notablemente, sin darnos cuenta que esto equivale a tirar piedras sobre nuestro propio tejado.
De hecho, aun cuando ha sido repetido infinito número de veces, la familia es una institución fundamental e irreemplazable para cualquier sociedad, de toda época y lugar. Y la razón es simple: obedece a nuestra antropología.
En efecto, como seres humanos que somos, nuestra propia forma de ser nos revela sin mucha dificultad, como dice Spaemann, que somos engendrados, no hechos. Lo anterior significa, aunque sea de perogrullo, que para que comencemos a existir (desde la fecundación, se entiende), requerimos ser concebidos por otros seres humanos, puesto que nadie puede dar lo que no tiene, el efecto no puede ser desproporcionado a su causa. Pero además, para lo anterior es indispensable la complementación de un hombre y de una mujer.
Ahora, si seguimos con este simple ejercicio mental, también parece evidente que la tarea no acaba con engendrar a los hijos, sino que en cierta medida, ello es sólo el comienzo: se requieren años y a decir verdad, décadas para que esos hijos crezcan, maduren y se desarrollen, precisamente porque son seres vivos, no artefactos o máquinas. Mas para lo anterior son indispensables sus padres, ambos, hombre y mujer, cada uno aportando desde su particular perspectiva, de manera conjunta y complementaria.
Este y no otro es el fundamento natural y evidente, para quien quiera verlo, del matrimonio y de la familia como instituciones naturales, no inventadas, lo que explica su carácter universal. Y no es para menos, puesto que aquí está en juego, literalmente, el futuro de cualquier sociedad, que requiere del recambio generacional: contar con nuevos miembros, mínimamente formados. Por eso, como se trata de una tarea de largo aliento y esencial para el todo social, necesita y exige una mínima protección jurídica y política por parte del Estado y ser valorada como corresponde por la sociedad civil.
Por eso la actual situación es absurda y peligrosa: porque se nos inculcan ideales de vida tremendamente individualistas, pretendiendo que nuestras sociedades se agotan únicamente en el presente, y considerando además, a la familia como algo prescindible, moldeable a nuestro antojo o incluso como la fuente de todos los males. ¿Estaremos en lo correcto?
Max Silva Abbott. Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad Católica de la Ssma. Concepción, Chile