El mal no reside en la economía de mercado, sino en la codicia, en el egoísmo y en la corrupción
Gaceta de los Negocios
La crisis económica ha sido más grave de lo previsto, pero era previsible y ha sido prevista. No ha sido una sorpresa absoluta, sino una consecuencia de factores que habían sido anticipados por algunos expertos. Otra cosa es que el Gobierno español la haya ocultado, sabiendo que faltaba a la verdad, por motivos electoralistas, hasta que sus consecuencias eran ya apabullantes. Sabemos lo que nos pasa e incluso sabemos, en gran medida, por qué nos pasa. Es un crisis difícil y grave, pero, en sí misma, no radical.
Sobre ella abunda un diagnóstico equivocado, quizá ideológicamente falso e interesado. Según él, se trata de una manifestación más de la crisis del sistema capitalista, que conduce a dos salidas: la defensa de una tercera vía entre el capitalismo y el socialismo, es decir, una reforma radical del capitalismo en la dirección socialdemocrática; o la tesis de la quiebra y fracaso del capitalismo, como si la crisis actual entrañara una victoria post mortem de Marx. Todo esto, en el muy dudoso supuesto de que las ideologías clásicas posean aún alguna vigencia.
En realidad, no hay nada en la actual crisis económica de fracaso o quiebra de la economía de mercado o del capitalismo. Desde luego, tampoco de éxito o triunfo. Existen razones morales, no sólo económicas, para preferir la economía de mercado, basada en el capitalismo, a cualquiera de sus alternativas. Pero ella es, en sí misma, moralmente neutral. Es un medio de gestionar la economía, el menos malo de los conocidos, que puede emplearse tanto para el bien como para el mal. Depende de la libertad de los hombres.
A lo que ahora asistimos es más bien a los síntomas económicos de fallos técnicos y de errores morales. El mal no reside en la economía de mercado, sino en la codicia, en el egoísmo y en la corrupción, que han conducido a la falta de confianza y a la ruina. Pero no son éstas consecuencias inevitables del sistema. La economía de mercado ni se sustenta en estas corrupciones ni las promociona inevitablemente. El estafado no deja de ser estafado, pero a veces su propia codicia lo convierte en presa fácil del estafador.
El capitalismo no es un tipo de sociedad, sino un rasgo económico de ella. Ni se basa en el egoísmo y la depredación ni presupone un tipo de hombre codicioso y ruin. Tampoco consiste en la conversión de la sociedad en un gran mercado, ni en el predominio general del interés material. Es, por el contrario, compatible con el altruismo y la generosidad, aunque tampoco se fundamente en ellos.
Por lo demás, la crisis económica actual no ha sido consecuencia de la falta de regulación (no vivimos bajo la dictadura del neoliberalismo), sino, entre otros factores, de los fallos en los sistemas de regulación. Nadie, o casi nadie, interpretaría la corrupción generalizada o las grandes crisis institucionales como signos del fracaso de las democracias. Por razones semejantes, las corrupciones de la economía de mercado no pueden ser imputadas a su fracaso.
Los fundamentos de toda gran crisis histórica son siempre morales. También, si es que lo es, de la actual. Ojalá sólo nos encontráramos ante una crisis económica. Acaso lo más urgente consista en determinar lo que está en crisis y lo que no. No está en crisis la economía de mercado ni el capitalismo. Sí lo está el estado de la moralidad vigente.
Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho