Creer en Dios no es un fardo sobre la espalda, mientras que el ateo no llevaría carga alguna
Las Provincias
Espero que un "tolerante" periodista de un conocido digital no me llame mal bicho, cosa que ya ha hecho con un cardenal, ni me condene él, que dice huir de toda condena por formar parte de ese clero que rechaza con duras y despectivas palabras. Todo por el famoso anuncio de los ateos en los buses. Yo no entraré contra el anuncio, son libres de colocarlo. Pero sí quiero ir al verdadero fondo, que no me parece que sea el clero. Antes, me gustaría decir que la frase inicial del eslogan "Probablemente Dios no existe" la sabiduría gallega se la cargaría, sin necesidad de mayores demostraciones, con la repregunta: ¿y si existe?
Pero se puede ir más al fondo: ¿la vida gozada "et si Deus non daretur", es decir, como si Dios no existiera, sería realmente más feliz que la vivida junto a Dios? Ahí reside el verdadero asunto. Y la búsqueda de ese meollo no está en frases más o menos acertadas por el marketing, que ya usaron una cerveza danesa y una compañía madrileña de pompas funerarias. Ambas aplicaron el probablemente en relación con la bondad de sus productos. Por mí y eso que soy clérigo que hagan toda la publicidad que su dinero aguante. Probablemente servirá de revulsivo para que los creyentes despierten y busquen más y mejor el verdadero rostro de Dios. Y al contemplarlo amabilísimo, misericordioso, comprensivo, bello, atrayente, podrán comprobar que muy probablemente es mejor la vida junto a Dios.
El insultador del digital asegura que no hay ninguna prueba de la existencia de Dios y en un plis-plas se carga las cinco vías de Santo Tomás, el argumento ontológico de San Anselmo o cualquier otro que se le presente. Claro está, sin ningún argumento en contra. Pero me estoy alejando de mi propuesta, que es hablar de la vida junto a Dios. Y, luego, que cada uno sea libre y responda de ello, porque Dios nos ha querido así. Y libre es quien alcanza la verdad y el bien, no simplemente el que hace lo que le viene en gana, tal vez para desnaturalizarse. Ese vive una libertad defectuosa.
Hablando de la fe cristiana, podemos contemplar gozosamente el rostro de Dios y saber qué sea la vida junto a Él porque, además de haber revelado muchos aspectos de sí mismo en el Antiguo Testamento, en un momento concreto de la historia se ha manifestado en Cristo, el Dios-Hombre cuya existencia está más que probada. A Cristo lo vamos a encontrar de mil maneras que cambiarán nuestra vida, porque el objetivo del vivir es la felicidad, que encontraremos con Él: en la existencia terrena de un modo incompleto, y mucho más plenamente en el más allá. Pero vamos a quedarnos en el más acá, no vaya a parecer que el gozo de la vida con Dios está sólo al otro lado de la muerte; y si piensan que no existe...
Que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que ames a Cristo, ha escrito un autor contemporáneo. Esa triple, permanente y entremezclada tarea nos hace felices, logra que la vida tenga sentido y sea más y gozosa. En realidad no hay dos modos de vivir felices, el de los ateos y el de los creyentes. Pienso que el hombre honrado no matará, no quitará la mujer a su prójimo, no estafará, no se hará un terrorista, no buscará la guerra, etc. Ese comportamiento natural hace feliz. Pero como la fe no destruye lo humano, la búsqueda de Cristo en la oración, en los sacramentos, en el trabajo, en la familia, en el descanso, da otra dimensión a la vida al hacernos cooperadores del mismo Dios.
Cuando el hombre no desea otra libertad que la de amar a Dios, es verdaderamente libre y ama con más intensidad todo lo humano, todo lo noble. Creer en Dios no es un fardo sobre la espalda, mientras que el ateo no llevaría carga alguna. Los ojos de mirar amabilísimo de Cristo, su misericordia con las muchedumbres que no tienen pan o andan como ovejas sin pastor, su dolor por la viuda de Naím que camina al entierro de su hijo muerto, su corazón movido a compasión por lisiados, leprosos, ciegos... Su Cruz y su Resurrección. Su Iglesia otorgando la salvación a través de la Eucaristía, del perdón de los pecados, de los restantes sacramentos, es una Iglesia que salva, pero respondiendo a cada necesidad divino-humana de toda persona hecha también divino-humana.
Cobra aquí todo su sentido aquel verso de Salinas: "¡Qué gran víspera el mundo!". El descreído que se toma la vida como dice el eslogan, no goza ni de la víspera.