Benedicto XVI siente una especial urgencia por la unidad. Y ningún cristiano podrá decir que eso es cosa de otros
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En una de las visiones el profeta Ezequiel, se le presentó una llanura inmensa llena de huesos secos. En ellos entró el espíritu del Señor y les dio vida. Era un símbolo de la esperanza para un pueblo destruido y desterrado. A continuación vio dos trozos de madera, que simbolizaban los dos reinos en los que se había dividido Israel, reunidos de nuevo por la intervención divina: Que sean una sola cosa en tu mano. Este es el tema que los cristianos de Corea propusieron para la celebración en 2009 de la Semana de oración por la unidad de los cristianos.
Los coreanos tienen una dramática experiencia de división. Por una parte, una injusta división política el único país dividido del mundo entre el Norte y el Sur desde 1953: no pueden comunicar con sus familias al otro lado, ni vivir libremente su religión. Por otra parte está la división religiosa entre las distintas confesiones cristianas. En ese contexto los cristianos (católicos, ortodoxos y protestantes) trabajan por el bien común y la paz, junto con sus hermanos de otras religiones (Budismo, Confucianismo, Taoísmo).
Dos trozos de madera formaban la cruz que abrazó Jesús. Por ella, la humanidad se ha llenado de esperanza. En ella Jesús quiso cargar con los pecados del mundo, la violencia y las guerras, las diferencias entre ricos y pobres, los prejuicios y las discriminaciones, la falta de respeto por la tierra, la enfermedad y el dolor.
Jesús rezó, vivió y murió por la unidad de sus discípulos: Para que sean uno, como Tú Padre en mí y yo en Ti... para que el mundo crea. Sigue llamándonos a esa unidad que nos da la Vida con él, porque necesita que su familia esté unida para llevar la fe al mundo. En sus manos dice un texto preparado por el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos somos uno y somos atraídos hacia el mismo que está en la Cruz.
Según el Evangelio de San Juan, los soldados que crucificaron a Jesús le rompieron las vestiduras para repartírselas entre sí, pero no la túnica interna, que era de una pieza. La tradición cristiana ha visto ahí una referencia a la unidad de los cristianos: por dentro el Espíritu Santo la mantiene siempre incólume, irrompible; pero nosotros la hemos rotos históricamente, y por eso la unidad de la Iglesia no se ve ante el mundo... Y cada vez somos más conscientes de qué importante es recomponer esa unidad, qué pena y qué escándalo más grande el de los cristianos desunidos, que no hemos sabido secundar en esto a Jesús. La unidad es ante todo un don de Dios, que Él nos concederá cuando convenga, contando con nuestra colaboración.
La condición primera es la unión personal con Cristo: Sólo saliendo de nosotros mismos y yendo hacia Cristo ha subrayado Benedicto XVI, sólo en la relación con Él podemos llegar a estar realmente unidos entre nosotros. Pero esta conversión a Cristo como también ha recordado es ya un don del Espíritu Santo, creador y vivificador. San Pablo lo recibió de Jesús resucitado, y así pudo ser el instrumento para la unidad entre judíos y paganos, como germen de unidad y de paz para la familia humana.
Ningún cristiano podrá decir que el ecumenismo es cosa de otros. Ciertamente están los teólogos y las autoridades de las confesiones cristianas; pero lo más importante del ecumenismo está al alcance de cada bautizado: renovarse y convertirse interiormente, vivir con coherencia el Evangelio, insistir en la oración, buscar en todo lo que une, no lo que separa. Y esto, en la familia y en el trabajo, en las relaciones culturales y en la política local, nacional e internacional, en la preocupación por la justicia en el mundo, en el testimonio de la caridad especialmente hacia los más necesitados, en la búsqueda de la paz que es fruto del orden y la unidad.
Ramiro Pellitero, Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra